nselmo González Climent, investigador de escritos árabe-andaluces, rescata esta maravilla de poesía que fascina.
A Andalucía llegaban las esclavas cantaoras como Qamar y Achfa, de Bagdad, que todo lo invadieron con su canto.
Al-Arqami y su amigo Abu-l-Saib visitaron un día al dueño de la Achfa. Había dos divanes en crin pura y sin tela, dos taburetes cojos.
Nunca habían visto a Achfa; una mujer cubierta con un trozo de Harat descolorido apareció: era ella, los tobillos negros como la noche no habían conocido el agua desde más de cien mil lunas, y un pálido rojizo, cual k al Poniente, era su desgraciado color irremediable.
Pero cuando templó el laúd y rompió el canto ‘‘se acabó el disimulo. Dondequiera que escondas ese secreto, acabará saliéndose…” parecía más bella que la aurora.
Toda miseria desapareció.
Al-Arqami y su amigo enloquecieron revolcándose sobre los divanes; él tiró el taylasan y cubriéndose la cabeza con una colcha imitó a gritos el pregón de los mercaderes de judías; Saib se levantó y esgrimió en la cabeza una secta con botellas de aceite ante los lloros y tartamudeos del dueño de la esclava que le gritaba: ¡Ay mis botenas!
Por fin, todo el aceite recorrió el cuerpo entero de Abu-l-Saib, y Achfa fue más tarde comprada, como cuenta Maqqari, para cantarle a Abderramán.
Se acabó el disimulo. Dondequiera que te escondas, saldrá a la luz y se sabrá tu secreto…, estancia y ejecutante se transformaron. Los dos visitantes se revolcaron en los divanes, cayendo al suelo. ‘‘Yo –dice al-Arqami– tiré mi taylasan, y, cogiendo una colcha, me la puse en la cabeza, gritando como se pregonan las judías en la ciudad. Abu-l-Saib se levantó, cogió una cesta que había en la habitación, llena de botellas de aceite, y se la puso en la cabeza. El dueño de la esclava, que hablaba con media lengua, gritaba: ¡Mis botenas!, Queriendo decir: ¡Mis botellas! Las botellas se tambalearon y se rompieron, y el aceite corrió por el rostro y el pecho de Abu-l-Saib… La esclava fue después adquirida por Abd al-Rahman I.