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Mercenarios
E

n semanas recientes, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha sido objeto de agresiones y provocaciones tan burdas como violentas de parte de grupos de personas que se cubren el rostro y cuyo único propósito es generar caos e inestabilidad. La Ciudad de México no ha estado exenta a los embates de los embozados.

Los violentos atacan sin razón alguna. Carecen de ideas, de ideología, de argumentos y de banderas. Destruyen por destruir. Saquean. Agreden. En ocasiones logran infiltrarse en manifestaciones legítimas y terminan por reventarlas. Otras veces aparecen súbitamente, causan destrozos, incendian, provocan, generan miedo… y vuelven a desaparecer.

Se dicen anarquistas. En ello se escudan y se adjudican el derecho a hacer tropelías. Ocultan su identidad tras un trapo. Son delincuentes profesionales. Vándalos de poca monta. Mercenarios a las órdenes del mejor postor.

Estas formas violentas no son nuevas en el país, en las calles de la capital ni en las instituciones de enseñanza superior. Tampoco son exclusivas de un sector ideológico. Lo mismo son utilizadas por la izquierda, que por la derecha y desde luego, por lo más rancio del régimen anterior.

Desde mediados del siglo pasado, partidos y grupos políticos, organizaciones sociales y hasta sectores de los mismos gobiernos, alquilan los servicios de grupos de golpeadores que se hacen presentes para sabotear o diluir protestas; para amedrentar, para presionar con fines políticos o simplemente para tender cortinas de humo y desviar la atención de la opinión pública. Están al servicio de mentes retorcidas.

La agresión del pasado jueves contra la Torre de la Rectoría de la UNAM, que luego se trasladó a la librería Henrique González Casanova, representa un claro ejemplo de la sinrazón, de lo que no debe suceder ni aceptarse en ningún espacio, pero menos dentro de una universidad.

Después de una marcha pacífica hacia la explanada de Ciudad Universitaria que se desarrolló con normalidad y culminó con la entrega de un pliego petitorio sobre asuntos relacionados con violencia de género, otra movilización de encapuchados se introdujo al campus universitario por la puerta del Metro Universidad y se dirigió directamente a la Torre de Rectoría.

Con violencia inusitada causó destrozos, los embozados prendieron fuego en el edificio de gobierno, quemaron la bandera nacional que ondeaba en el asta y pintarrajearon el mural de Siqueiros que adorna la fachada norte. En su embestida irrefrenable, se trasladaron a la librería Henrique González Casanova, donde igualmente causaron destrozos, saquearon libros y equipo.

Todavía atónitos tras la desproporcionada agresión, los universitarios se preguntaban: ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Por qué violentan así? ¿Quién los manda?

Respuestas no hay muchas. Especulaciones, todas. La universidad presentó las denuncias ante las autoridades ministeriales locales y federales. Los universitarios están a la espera de que las investigaciones concluyan en la detención de los responsables. No puede ser de otra manera. A la UNAM hay que cuidarla y preservarla. Atentar contra la universidad es, sin exageraciones, atentar contra el desarrollo de México.

Aunque embozados, lo cierto es que los violentos ya están muy vistos. No pueden seguir impunes. Hay decenas de elementos que permiten su identificación. Videos y fotografías que ya están en manos de las autoridades. Sólo falta que procedan contra los violentos y de ahí contra los autores intelectuales del agravio. Quienes los utilizan, quienes les pagan, también deben ser desenmascarados.

El nuevo régimen tiene frente a sí la inmejorable oportunidad de actuar. Los violentos y sus capuchas representan parte de lo peor de México. No pueden atentar contra los valores de una institución que representa exactamente lo opuesto: la autoridad moral.

Los golpeadores a sueldo no pueden andar vandalizando impunemente, aquí y allá. Su existencia obedece a prácticas ilegales e insanas. La sociedad los repudia. Los universitarios los abominan. Son mercenarios. Son, en resumen, unos pobres diablos.