Martes 1º de octubre de 2019, p. a10
Desde el cine en 16 milímetros de Paul Morrissey y Andy Warhol, hasta clásicos como Vagabond, de Agnès Varda, o el documental Streetwise, de Martin Bell, las influencias como guionista y director de Camille Vidal-Naquet son diversas pero específicas. Si bien se trata de géneros y estilos diferentes, es innegable el interés de este cineasta francés por la vida de aquellas personas que no han renunciado a su dignidad a pesar de vivir fuera de los límites establecidos por las sociedades.
En Salvaje, su opera prima, Vidal-Naquet recurre a la confiable y magnética presencia en pantalla del actor Félix Maritaud, quien después de películas como 120 Latidos por minuto, de Robin Campillo, o La daga en el corazón, de Yann Gonzalez, es ya uno de los rostros que más interés está generando dentro del cine francés y la comunidad LGBTQ por igual.
Maritaud interpreta a Léo, joven que se prostituye dentro y fuera de París, al mismo tiempo que mantiene una ambigua relación con su amigo Ahd (Eric Bernard), quien también vende su cuerpo a otros hombres para sobrevivir pese a ser heterosexual. Su amistad es fuerte, aunque Léo confunde el cariño de Ahd y ahora está enamorado de él sin ser correspondido. Todo cambia cuando Ahd decide irse a vivir con un hombre adinerado y mayor, con quien sacrificar su libertad, pero le da estabilidad.
Vidal-Naquet nos adentra en un mundo que suele ser retratado con sordidez en el cine, aunque la realidad es que el director no tiene intenciones de visitar lugares comunes.
La Jornada platicó vía telefónica con el director Camille Vidal-Naquet sobre Salvaje, la investigación detrás del guion y las intenciones de contar la historia de un sexo servidor homosexual que no se victimiza.
–El título de la película es engañoso. Es fácil caer en la creencia de que es una historia extrema, incluso intencionalmente. ¿Cómo concibió Salvaje?
–Es curioso que menciones el título. La película no tuvo nombre sino hasta unos días antes de lanzarse. La historia vino del personaje, en quien tenía tiempo pensando como un forajido que no se rige con las reglas que los demás. Pero lo importante era hablar sobre alguien sin pertenencias, hogar, teléfono o posesiones materiales.
“En Salvaje cuento la historia de alguien muy anárquico. Escribirla me llevó primero al mundo de los vagabundos, hasta que eventualmente me condujo a la vida de los prostitutos callejeros. Desde el principio tenía pensado al personaje como un hombre que vive en condiciones muy difíciles, pero que aún así es capaz de amar y ser amado. No me interesaba representar en la pantalla a alguien que sufre, sino a alguien que tiene la capacidad de quererse a sí mismo.”
Un trabajo como cualquiera
–¿Cómo evitó caer en esos lugares comunes? ¿Conocía el mundo en el que habita el personaje?
–Siempre tuve claro que no quería victimizar a estos personajes. Lo que el protagonista hace para obtener dinero siempre es visto como un trabajo, tanto por él como por la cámara. De esta manera puedo humanizarlo y darle emociones. Porque en la película jamás se le ve quejándose de su trabajo como algo malo.
Para hablar del tema me uní a una organización de caridad para gente sin hogar en París. Les hacía visitas con el guion en la mano y aprovechaba para hacerles preguntas, hasta que me ofrecieron conocer a toda la gente a la que ayudaba la organización, muchos, dedicados a la prostitución. Pasé tres años haciendo amistad con ellos y observándolos.
–¿Cómo mantiene la historia en equilibrio sin pasar la línea que divide la intimidad del voyeurismo?
–No creo que haya una línea que se cruce. Depende del punto de vista desde el cual filmes una historia como ésta. En mi caso, la intención siempre fue normalizar estas de historias. Procuré mantener una mirada sin juicios sobre lo que hacen estos personajes.
La película no sataniza ni erotiza el sexo. Por eso, aunque se me ha preguntado mucho sobre lo explícito de algunas escenas, siempre digo que filmarlas no fue incómodo, porque todos sabíamos la intención.
–¿Por qué cree que casi nadie conoce esta realidad? ¿La invisibilizan las instituciones; la sociedad francesa pone de su parte?
–Es difícil responder esa pregunta porque, a pesar de haber pasado tres años con estas personas, no me atrevería a llamarme especialista. No soy político ni sociólogo. Soy cineasta. Puedo asegurar es que la pobreza en Francia ya alcanzó niveles aterradores que suelen ser ignorados en muchas partes del país.
Para la película decidí enfocarme en el mundo que estoy retratando como uno de hombres, aunque noté que mientras filmábamos, pensaba mucho en mujeres. La prostitución masculina es vista como una rareza.