Caricias
aricias, del español Sergi Belbel, estrenada en 1991, podría perfectamente llamarse también ironía, ya que de acariciante nada tiene la obra; al contrario, es un golpeteo permanente. No puede ser de otra manera porque el dramaturgo escoge para su exposición no lo mejor de las relaciones humanas, sino las partes más oscuras, graves, problemáticas y por lo tanto dolorosas. Alejándose de la afinidad, empatía y, desde luego, mucho más aún de la ternura, las caricias y el amor, el autor presenta a través de 11 escenas las relaciones interpersonales de dos seres humanos, hombre y mujer o del mismo sexo que no necesariamente son pareja sino hermanos, amigos o enemigos, conocidos casuales en el transporte público o la fila de las tortillas, etc. Es decir, las circunstancias y conductas derivadas de estas, de dos personas que por cualquier razón están juntas, así sea transitoriamente.
Fracciones de la sociedad en su conjunto, cada retazo nos da la visión de una sociedad en descomposición en la que, sin explicitarlo y quizás hasta sin tener plena conciencia, cada quien actúa sobre la base del sálvese quien pueda. Los valores de los que esa misma sociedad ha hecho alarde durante milenios como solidaridad, fraternidad y otros tantos similares, aquí brillan por su ausencia o apenas si se asoman sin llegar jamás a ser predominantes.
Aunque tampoco se hace explícita, se muestra a una sociedad capitalista donde el individualismo prevalece y todo lo demás pasa a un bastante alejado segundo plano. No sé si esto queda claro para todo el público, pero la intención es manifiesta, estamos viendo esa sociedad en la que nosotros mismos nos desenvolvemos y en la que, seguramente, la mayoría reproducimos los patrones que, vistos en el escenario, nos parecen contrarios a lo que supuestamente son nuestros valores y creencias. Timoratos e hipócritas, como consciente o inconscientemente somos, algunas prácticas nos parecen no solamente condenables, sino abiertamente repugnantes. Que algo similar efectuemos el día de mañana, ahh, eso es otra cosa.
Es una Obra espejo diríamos entonces, aunque debe precisarse que no por ello es abominable; al contrario, sirve para darnos cuenta de que, salvo los casos de excepción, el hombre no es malo y menos perverso por naturaleza, sino producto de su entorno. Si nace, crece y se reproduce en una sociedad enferma lo más posible es que contribuya a mantener y quizás hasta agravar dicha enfermedad, pero esto no quiere decir que todo esté perdido irremediablemente. La enfermedad puede ser vencida y el enfermo no sólo sanar, sino resurgir brillantemente. Esto es lo importante, que una sociedad toda, no únicamente unos cuantos individuos, puede cambiar su derrotero y forjar un futuro mejor en el que la condición humana realmente pueda serlo. Puede sonar esto a cursi utopía, pero, ya advertía Galeano, la utopía sirve para avanzar.
Sin Parafernalia y sí buena economía de medios, el director mexicano Gabriel Figueroa Pacheco logra crear la ambientación adecuada en cada escena-circunstancia en la que sus múltiples personajes se desenvuelven, encarnados por 11 actores, hombres y mujeres, que solventan con pericia los diferentes personajes que les corresponde desarrollar
Caricias se presenta en el teatro El Galeón Abraham Oceransky, de jueves a domingos en diferentes horarios.