Opinión
Ver día anteriorJueves 22 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El abandono del amor
U

n drama idéntico se produce en Francia cada año al inicio de las vacaciones del verano. Los vacacionistas emprenden la ruta para dirigirse, cuando pueden hacerlo, al mar o al campo, decididos a respirar un aire puro, dichosos de salir, sobre todo cuando moran en ciudades contaminadas. Todo iría mejor en el mejor de los mundos posibles, su felicidad sería completa, si una verdadera tragedia no viniese a ensombrecer su viaje.

Numerosas familias poseen animales de compañía. Pero el lugar de vacaciones escogido, hotel o departamento, no se halla siempre provisto del dispositivo adecuado para acoger en debida forma a la adorable mascota. El amor es un sentimiento más a menudo proclamado en poemas o canciones que probado con actos. Como decía Pablo Picasso, buen conocedor: ‘‘no existe amor, sólo existen pruebas de amor”. Así, en los momentos de la salida de vacaciones, es posible observar en algunas personas comportamientos de un egoísmo tan despiadado que hace dudar de la verdad y del sentido mismo de la palabra amor. No faltan los numerosos ejemplos de individuos que no desean embarazarse con cargas o responsabilidades y deciden, simplemente, deshacerse de su fiel mascota, ese perro o ese gatito que tanto aman. Se atreven, entonces, a tomar el camino de un lugar cualquiera para abandonar su querido tesoro. El animal no comprenderá sino mucho más tarde, cuando habrá pasado a solas largas horas de espera, gimiendo y ladrando o maullando, del regreso de su amo, que ha sido realmente abandonado y que se equivocó sobre la verdadera naturaleza de su dueño. Nunca habría podido imaginar, y quién sabe lo que un perro o un gato imagina, que se trata de un monstruo perteneciente a la peor especie de todas las especies animales: la humana.

La manera como se conducen con los animales seres llamados humanos es muy reveladora. Hay lugar para lo mejor y lo peor. Un evento reciente, ocurrido en el sur de Francia, es un ejemplo de lo peor. A un hombre, campeón de pelota vasca, le pareció divertido, durante una noche de fiesta rociada con abundancia de licores, probar la originalidad de su carácter arrancando la cabeza de un gallo vivo con sus dientes. Ignoro si su proeza fue aplaudida por su alegre compañía de amigos, pero la Fundación Bardot levantó una queja judicial en contra suya. Este organismo fue creado por Brigitte Bardot cuando puso fin a su carrera cinematográfica. La estrella dio mucho al público, pero se le pidió y se le tomó demasiado. Perseguida por los paparazzi en cualquier rincón del planeta donde pudiese encontrarse, su vida se volvió un infierno. Sin duda, decepcionada por los humanos, prefirió aislarse en su refugio de Saint-Tropez y consagrar su tiempo a una pasión más grande: la suerte de los animales. Así nació la Fundación Bardot, la cual no cesa de interpelar la opinión y los poderes públicos sobre los abusos de los que son víctimas los animales.

Se puede sonreír, e incluso ironizar, sobre los sentimientos de quienes se indignan ante los abusos sufridos por animales. Se puede sostener que el combate por la vida humana prevalece sobre la lucha en favor de otra especie. Uno no impide lo otro. La cuestión que suscita la conducta bárbara de algunas personas merece estudiarse, pues es bastante esclarecedora. Quien, durante la infancia, goza haciendo sufrir a un animal más débil que él corre el grave riesgo de convertirse en un hombre peligroso. Hoy, en el mundo moderno, nos enteramos día tras día de que la inconsciencia humana ha logrado un terrible resultado: numerosas especies animales se extinguen. Elefantes y rinocerontes matados para apoderarse de sus defensas de marfil. A causa de sus pieles, se masacran lobos, zorros, marmotas… La destrucción de su medio ambiente termina con osos, abejas, ballenas. La lista es larga. Cabe preguntarse si algo queda de sensatez en la razón del Homo sapiens, cuando parece destinar la tierra a devenir un desierto poblado de robots presos en el cemento.