Opinión
Ver día anteriorSábado 10 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sí al desarme
L

a discusión sobre las armas –más en Estados Unidos que en México– no es nueva, tiene muchos años y quizás siglos. Las armas son herramientas que se fabrican desde tiempo inmemorial para un objetivo específico: herir, lastimar, privar de la vida a otro ser humano o a otro ser vivo; se trata de matar, de arrebatar el don o gracia sin el cual cualquier otro es inútil. Si buscamos en los diccionarios podremos encontrar una clasificación que las divide en ofensivas y defensivas, en nuestra época estas últimas serían los grandes escudos de los policías antimotines, los chalecos antibalas, los cascos y si forzamos un poco, los blindajes de los automóviles.

Las armas tienen mala fama por los daños que provocan, pero cuentan también con un halo de prestigio cuando se usan por una causa justificada, la defensa de la vida, del hogar, del honor o de la patria. Durante la Edad Media ser caballero armado era un gran honor; armar a alguno significaba otorgarle un estatus reconocido y respetado; el inmortal Don Quijote fue modelo de caballero andante, desfacedor de entuertos, modelo de generosidad y altura de miras.

En nuestro tiempo se ha perdido ese prestigio, se ligan las armas con la cobardía y la prepotencia. Pueden conseguirlas y portarlas todo tipo de personajes antisociales, enfermos y maniáticos. En Estados Unidos cualquiera puede adquirir las más mortíferas en la tienda de la esquina; en México, está prohibida la adquisición y la portación de las reservadas al Ejército y la armada y para las demás, que son las de menor calibre y no de asalto ni de repetición, se requiere permiso especial. A pesar de estas medidas legales, en el mercado negro, la delincuencia organizada se provee de las que quiere, prácticamente sin límites, nuestra frontera del país más armado del mundo es muy grande y vulnerable.

Es condenable el fácil acceso a las armas y necesario el desarme de la población; casos terribles en ambos países ponen ante los ojos del mundo la necesidad de las prohibiciones y los controles; la reciente masacre en El Paso, Texas, y otras muchas en Estados Unidos, las de México como la de Ayotzinapa, los colgados recientes en Uruapan y otras muchas más nos obligan a estar atentos al problema. Es clásica la película del extraordinario cineasta crítico del sistema, Michael Moore, Matanza en Columbine (2002).

En México la 4T, para el combate a la violencia y al miedo, propone la prevención como criterio fundamental por encima de la represión, que si bien a veces es necesaria no es suficiente, hay que combatir las causas y no sólo los efectos.

En este renglón el programa del gobierno capitalino Sí al desarme, sí a la paz, juega un papel muy importante: se trata de una campaña organizada por la Secretaría de Gobierno para que la gente permute armas de fuego y municiones por objetos como despensas, útiles escolares o bien por dinero; los módulos se encuentran en diversas partes de la ciudad como en parques, plazas o atrios de la iglesias y son atendidos por personal capacitado, además de que las permutas siempre son voluntarias y anónimas; se trata de que al menos en los hogares mexicanos las armas no estén al alcance de los niños o presentes en momentos críticos de discusiones o riñas.

Con este programa se han conseguido canjear cerca de 4 mil armas de fuego, cortas y largas, granadas, cartuchos, dinamita y otros objetos similares; son pocas para el gran número que hay en la ciudad, pero se trata de impulsar una nueva cultura que contrarreste la apología de la violencia que se hace en muchas series de televisión y en el amarillismo de alguna prensa promotora del temor. El ejemplo de la Ciudad de México debiera seguirse no sólo en todo el país sino que los vecinos del norte podrían adoptarlo. En este tema dos principios constitucionales no deben olvidarse: está prohibida la justicia por propia mano y el Estado se reserva el uso legítimo de la fuerza.