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Ver día anteriorSábado 10 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La guerra fría, ¿una vez más?
V

isto desde una perspectiva histórica, el concepto de guerra fría parece admitir tres significados distintos. El primero, acaso el más evidente, se refiere a los dispositivos de la guerra misma. La proliferación de bombas nucleares a finales de la década de los 40 trajo consigo un dilema hasta entonces desconocido: si dos potencias nucleares chocaban entre sí, el resultado más probable sería la destrucción mutua –incluso si una de ellas contaba con un arsenal menor. El estallido de una pequeña bomba nuclear en Nueva York sería tan fatal como el de una bomba mayor. Hay historiadores que explican así el hecho de que, por primera vez en la historia moderna –es decir, desde el siglo XVI– transcurrieron ya 70 años sin que las grandes potencias se confrontaran directamente. Sus contradicciones se dirimirían desplazando sus tensiones hacia países menores (y no nucleares). Una práctica que seguimos observando en el terrible conflicto que asola en la actualidad a Siria.

Un segundo significado se deri-va de la larga confrontación sistémica, ideológica y política que entrecruzó a Estados Unidos y la Unión Soviética durante medio si-glo. La fallida experiencia soviética y la renuncia al socialismo no sólo fijaron el resultado del choque en-tre las dos grandes potencias de la época, sino la transformación dela idea del socialismo en una suerte de anacronismo. Hoy el glamour ideológico de esta visión se ha evaporado. En efecto, el estalinismo cifró una forma –la más terrible– del socialismo; pero hay otras que lo contrastan abiertamente.

Una última versión de la guerra fría reside en aquella que encuentra en sus polaridades la definición de una época entera: la confrontación entre fuerzas que buscaban opciones distintas al paradigma estadunidense, más allá de si se asemejaban o no al socialismo de Estado. La experiencia de Salvador Allende en Chile y el compromiso histórico en Italia quedarían enmarcadas en esta perspectiva.

La terminación abrupta en días recientes, tanto por parte de la Casa Blanca como del Kremlin, del acuerdo firmado en 1987 que impedía la proliferación de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, ha hecho aparecer súbitamente la pregunta de si el orden global actual se encamina hacia una nueva guerra fría. Es decir, si el periodo que vivimos entre 1989 y 2019 no sería más que una suerte de interregno. Hay incluso quienes hoy hablan en la academia estadunidense de una segunda guerra fría.

La discusión no es sencilla. Para empezar hay dos casos en que la alianza entre China y Rusia ha mostrado una eficiencia inusitada para desplazar a los intereses estadunidenses: Siria y Venezuela. En el reparto por Venezuela –y sus cuantiosas reservas petroleras– Washington parece encontrar cada vez menos lugar. Como se puede observar, un tándem entre China y Rusia conjuga a una economía más que consistente con el antiquísimo know how del aparato militar ruso.

Por su parte, la Unión Europea está adoptando una política cada vez más resilente frente a la Casa Blanca. No es casual. Es la respuesta casi natural a todos los empeños por desestabilizar a la UE misma (como sucede con el Brexit y el apoyo a los regímenes crepusculares de Polonia y Hungría). Hoy Washington se siente cada vez más aislado en las capitales europeas. Angela Merkel ha sido la vocera central de esta ruptura.

Aún así el concepto de guerra fría se antoja demasiado excesivo para describir la situación actual. China ha devenido el poder más pragmático de la posguerra fría –por llamarle de alguna manera–. Y Rusia nunca ha perdido esperanzas de zanjar sus diferencias con Europa Occidental. Y, sin embargo, existe un factor impredecible que podría encaminarlos hacia esa vía: la paranoia estadunidense. No es ningún secreto: Estados Unidos es-tá perdiendo zonas de influencia en varias partes del mundo. Ya nocuenta con la fuerza, ni con la capacidad o con el ánimo de antes. ¿Admitirá su aparato industrial y militar esta decadencia sin reaccionar de manera incalculada?

La paranoia es, si se sigue a Lacan, una forma singular del egotismo. El paranoide tiene la impresión de que alguien le quiere quitar algo que hipotéticamente le pertenecería. Si no existe nadie que atente contra él, entonces se encarga de producir a su persecutor. Se trata de una definición sicoanalítica, pero bastante adecuada a la situación actual. Ni China ni Rusia guardan la menor intención de una confrontación abierta con Estados Unidos. Pero éste podría llevarlos en esa dirección. En su declive, las grandes potencias encierran fuerzas que ellas mismas desconocen.

¿Y México? La posición del gobierno de Morena hacia Estados Unidos ha sido, de facto, ambigua. Por un lado, una retórica de alineamiento como nunca antes se había visto. Por otro, señales y signos de posiciones no alineadas, como el caso de la neutralidad frente a Venezuela o el rechazo a convertirse en tercer país neutral. Lo peor, en caso de una escalada, sería insistir en el alineamiento.