Salimos del teatro, pero seguimos haciendo ficción. Es interesante que las personas estén tan cercanas, comentó Rosa María Bianchi, quien participa en una de las obras. En la imagen, Nailea Norvind y Héctor Kotsifakis, en Tequila para chinos. Foto Alondra Flores Soto
Propuesta escénica que se desarrolla en vehículos conducidos por los actores en calles de la capital
En entrevista, la escritora reconoció que los recortes a la cultura han sido muy duros
, pero confió en que se van a resolver
¿Cómo lograr que los museos jueguen un papel en la esfera de la justicia social? Para Selma Holo, directora ejecutiva de los museos de la Universidad de California del Sur (USC, por sus siglas en inglés), de eso se trata el coloquio internacional Políticas públicas: autonomía, desnormalizar, descolonizar, que se desarrolló el viernes y sábado en la ciudad de Oaxaca, en el contexto de la cuarta edición de la Cátedra Extraordinaria de Museología Crítica William Bullock.
El caos de las urbes contemporáneas y los personajes que lo habitan son el meollo de Olinka, obra del narrador Antonio Ortuño, quien retrata la crisis de un clan empresarial inmerso en la multiplicación de proyectos inmobiliarios como signo de la corrupción reinante. La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento del libro Olinka, © 2019, Seix Barral, cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México
Ella comenzó a llamarlo Perro un día, pero eso fue después, cuando intimaron. Al principio eran vecinos y apenas si hablaban: asistían a distintas escuelas, ella era mayor. Luego de enviudar, la madre de Yeyo rentó una casita que había sido edificada por los padres de Ali como anexo de su residencia con el único fin de cobrar el alquiler y ahorrarse, en esas, el mantenimiento de tanto jardín. Los padres de Ali iban para ricos. Se dedicaban a la construcción. Tenían, sin embargo, ideas más progresistas de lo que se hubiera pensado para unos tapatíos de mediana edad (no demasiadas, tampoco). A don Carlos Flores, por ejemplo, le horrorizaba que Yeyo jugara con un rifle de copitas. No debería andar ahí dando pinches tiros, le decía a María, su mujer. Y ella asentía y cruzaba la cerca de madera de la casa de junto para regañar a la madre de Yeyo. Su preocupación, sin embargo, no fue escuchada o no llegó a afectar el comportamiento del niño: al cumplir los trece, Yeyo era capaz de reventarle la cabeza a una rata desde cincuenta metros.