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Cien días de Claudia Sheinbaum

Crónica de un informe necesario

Atrás quedaron los paradigmas del pasado

En poco más de 60 minutos, Sheinbaum dio fe del estado en el que recibió y hoy guarda la capital

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▲ La escritora e historiadora Beatriz Gutiérrez Müller, la ministra de la Suprema Corte Yasmín Esquivel Mossa y el senador Martí Batres acudieron al informe de la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum.Foto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 18 de marzo de 2019, p. 29

Al final del evento que encabezó Claudia Sheinbaum, la primera mujer electa para gobernar la capital de México, había un solo acuerdo entre los asistentes: no repetir la experiencia del pasado.

Las cosas tienen que cambiar y en el Teatro Esperanza Iris, casi en la esquina de Donceles y Allende, se podía mirar sin mucho esfuerzo. Para empezar, en la calle no había ni mantas ni grupos de esos a los que se llama de apoyo, y la circulación vehicular era normal; al interior, entre los varones el uso de la corbata parece en extinción; sólo Martí Batres –quien nunca se la ha quitado–, Mario Delgado y el delegado de Miguel Hidalgo, Víctor Romo, además de algunos otros despistados, parecían aferrados a las costumbres que ahora parecen en desuso.

Entre bromas y veras, algunos se preguntaban si al recinto se había colado alguna sabandija, pero no, al parecer estaba limpio de bichos, y la líder de Morena, Yeidckol Polevnsky, hacía su aparición como lista a cazar a esa fauna con la que ella no está de acuerdo. Y en honor a la verdad, sí, entre el sillerío había más de uno que bien podría entrar en la clasificación que usó la secretaria general de Morena para describir a los colados al movimiento.

Bien dividida la concurrencia, los políticos de larga carrera comentaban en corrillos, mientras los nuevos, a quienes con mucho respeto se les llama kiwis –morenos por fuera, pero verdes por dentro–, en ciertos momentos pasaban inadvertidos entre muchos de los asistentes que los desconocían, aunque la situación duró poco, las presentaciones se vinieron en cascada, y al rato todo era reunión familiar dominguera.

No faltó el aplausómetro: el secretario de Seguridad Ciudadana, Jesús Orta, sentado a la extrema derecha de la jefa de Gobierno, recibió el sonido de unos aplausos desganados –no muchos– que por poco se vuelven chiflidos, mientras con mayor ánimo el respetable calificaba a la procuradora Godoy.

Para Beatriz Gutiérrez Müller, con quien media concurrencia trató, y logró, casi en todos los casos, tomarse una foto, hubo el reconocimiento y la aprobación a la 4T, y seguramente a su propia labor, pero la secretaria de Gobierno, Rosa Icela Rodríguez, y el presidente de la mesa directiva del primer Congreso de la CDMX, Jesús Martín del Campo, fueron bien arropados por el aplauso que en estos casos no es más que el reconocimiento al trabajo realizado.

Claudia Sheinbaum estaba vestida de negro, con gesto decidido pero sin perder la sonrisa hizo a un lado una especie de rebozo con bordados parecidos a los de Tenango del Valle, Hidalgo, para empezar a hablar.

Uno a uno describió los puntos de ataque a la corrupción y los remedios que se han implementado para evitar que siga haciendo daño. Muchos de los sentados en luneta querían escuchar nombres; suponían que, por fin, Claudia se había decidido a instalar el cadalso con el que se hiciera justicia, pero la jefa de Gobierno guardó la guadaña de la venganza y se limitó a describir las irregularidades que heredó su gobierno.

Varios anuncios movieron a aplauso, pero uno que conmovió fue el que hizo saber a la gente que la Magdalena Mixhuca, hasta ahora usada por empresas privadas y prohibida para los habitantes de la ciudad, regresará a manos de la alcaldía de Iztacalco, acto profundamente significativo porque explica que la tarea de este gobierno no permitirá que lo público se explote desde manos privadas.

La jefa de Gobierno habló durante 60 minutos de cómo se reconstruirá la justicia –en todos sentidos–, y puso en conocimiento de la población los hechos de gobierno que si bien hoy no parecen notarse en la vida cotidiana de la gente, poco a poco irán tomando sentido en las colonias, en las calles, pero principalmente en la práctica cotidiana de vivir en la Ciudad de México.

Y es que frenar la corrupción a veces parece más una venganza que un acto de limpieza. Admite que se despidió a mucha gente que había vivido atada a una nómina que operaba abusos y corrupción, hecho al que se puso fin, y que permitió ahorrar muchos millones de pesos que serán utilizados para crear nuevas condiciones de vida.

El acto dio fe de que se han cumplido 100 días de gobierno, aunque ya hayan transcurrido muchas horas. Se trataba de hacerlo en domingo para no interrumpir la labor cotidiana, que es ardua y continua. Se desechó usar el Auditorio Nacional para no lastimar, tampoco, los días de asueto que promete el calendario, y nadie tuvo que ir obligado. Las calles de Tacuba o la avenida Hidalgo, a espaldas del Palacio de Bellas Artes, no estaban llenas de camiones en los que se transporta a aquellos que deben ir al evento. Sí, ya no es lo mismo.

El cambio va lento, apenas gotea sobre la ciudadanía, pero va. Lo malo es que la ciudad tiene prisa; todos los días se come las uñas en espera de sentir esa ciudad que se le prometió. Ya no hay, no puede haber más dilaciones ni pretextos, la Ciudad de México tiene prisa.