Un pozo sin fondo el costo de la violencia
Capitalismo ‘‘de cuates’’
Mil 400 amparos contra el gasolinazo
Felipe: el Mesías conyugal
Tuits: AMLO, FCH, Delfina
SNA nace muerto
¿Corrupción contra corrupción?
La endeble fortaleza
paradójica de la poshegemonía de EU: su superdólar
Deuda pública insostenible
Crisis: negación y discurso
¿A la vuelta de la esquina?
os gobiernos y medios occidentales denunciaron ayer la realización de un nuevo ataque con armas químicas en Siria, concretamente en Idlib, zona controlada mayoritariamente por rebeldes al régimen de Damasco, que habría dejado casi 60 muertos y unos 170 lesionados, muchos de ellos menores. Posteriormente, el hospital donde se atendía a los sobrevivientes habría sido blanco de un ataque con armas convencionales. Los mandos militares sirios negaron enfáticamente cualquier participación en la atrocidad, en tanto que el gobierno estadunidense dio por buenas las versiones, lo atribuyó de inmediato al régimen de Damasco y emitió una agria condena.
Se siente insultado por Trump
e cumplieron 14 años del fatídico 27 de marzo de 2003, cuando mensajeros del cuerpo de marines llegaron a mi puerta a decirme que mi hijo, Jesús, había muerto a causa de una bala enemiga
en Irak, mentira que más tarde fue descubierta por la verdadera historia. Jesús murió, después de dos horas de agonía, a causa de una bomba de racimo estadunidense, arma ilegal según la Convención de Ginebra. Después fui a Irak y vi el lugar exacto donde la sangre de mi hijo fue derramada y sentí en carne propia el miedo de la guerra y a las balas y bombas de los militares made in USA.
esde la aparición de las Madres de Plaza de Mayo (1977) y la recuperación de la democracia (1983) Argentina se había convertido en referente mundial en la lucha por los derechos humanos. Trayectoria ejemplar que el gobierno presidido por Mauricio Macri busca invalidar, con el pretexto de que igual responsabilidad habrían tenido víctimas y victimarios durante el terrorismo de Estado (1976-83).
os tiempos que vivimos piden nuevas encarnaciones de Benjamín Franklin: personajes ilustrados y prácticos, que se tomen, además, el trabajo de moralizar para el pueblo. El mundo de hoy necesita de nuevo a los moralistas.
n política, las casualidades no existen, reza el refrán. Existe, sí, la sincronicidad. La señal política del encuentro entre el clero del estado de México con el presidente en Los Pinos es poco saludable para la democracia. Augura un posicionamiento eclesial anticlimático de cara a las elecciones mexiquenses. En muy mal momento y con poco tacto los obispos mexiquenses decidieron reunirse con el presidente Enrique Peña a tan sólo unas semanas de una elección tan polémica como la que se realiza en esa entidad. Sobre todo por la pérdida de decoro del gobierno federal de entrar con todo para favorecer a su candidato y está amagando con intervenir en una indeseable elección de Estado.
on el aparente desgano de columnista, informado a trasmano por interesados confidentes, se filtra de manera cotidiana la especie de un AMLO autoritario y mesiánico. Él es el partido y quien decide todo lo que a su interior acontece, difunden con harto coraje mal disfrazado. En especial cuando se refiere a la designación de algún candidato de Morena a cualquier puesto de elección. Aunque no sea este aspecto el único detalle alegado. La lista de pruebas
se extiende hasta la definición de las tesis partidarias, del programa gubernamental o a la campaña electiva en curso. Y no dejan de tener cierta razón, aunque les falte mencionar lo mero importante: en primer lugar, el trabajo previo de aquellos elegidos y el diseño conceptual de conjunto. La captación de los liderazgos locales y el balance regional como factor decisivo de fuerzas e intereses que se revela, con pertinencia, ante la presencia de un AMLO ubicuo. Tampoco se relacionan las detalladas reglas que rigen la selección de la mayoría de los postulantes, todos sujetos a una puja interna que bien puede terminar, como es el caso de las asignaciones plurinominales tan preciadas, con el azar de una tómbola.
os ideólogos de la era neoliberal han insistido una y otra vez en que la política industrial es un lastre. Se le ha acusado de distorsionar los precios, de desperdiciar recursos fiscales y de ser la mejor receta para premiar a empresas y sectores perdedores en la competencia económica. Pero hoy regresa la política para el desarrollo industrial al centro del escenario con los desplantes de Trump sobre la recuperación de empleos en el sector manufacturero.