os ideólogos de la era neoliberal han insistido una y otra vez en que la política industrial es un lastre. Se le ha acusado de distorsionar los precios, de desperdiciar recursos fiscales y de ser la mejor receta para premiar a empresas y sectores perdedores en la competencia económica. Pero hoy regresa la política para el desarrollo industrial al centro del escenario con los desplantes de Trump sobre la recuperación de empleos en el sector manufacturero.
En realidad, la intervención del poder público para promover el desarrollo industrial nunca ha desaparecido. Ni siquiera en la era triunfante del neoliberalismo. Los subsidios, créditos y apoyos económicos de todo tipo para apuntalar la competitividad de alguna empresa en particular o de una rama industrial se han mantenido como una constante de la vida económica.
China siempre abrazó los instrumentos más variados de la política industrial. Desde el apoyo crediticio y los subsidios, hasta el poder de compra del Estado, pasando por la ingeniería en reversa para copiar tecnología extranjera, asimilarla y adaptarla a sus necesidades y las del mercado internacional. Por supuesto, uno de los pilares más importantes de esta política industrial fue la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico. A principios de este siglo China invertía 1.5 por ciento del PIB en investigación científica y desarrollo experimental (IDE), proporción bastante menor que la de los principales países industrializados. Hoy ese porcentaje ha aumentado a 2.5 por ciento, lo que sitúa a la economía china en un rango similar al de Estados Unidos. La diferencia es que Estados Unidos se ha embarcado en una política industrial anacrónica, segmentada y sin rumbo.
Recuperar los empleos viejos del sector manufacturero parece ser el objetivo primordial de la administración Trump. Pero dadas las tendencias de largo plazo en la estructura del sector manufacturero a escala mundial, es poco probable que los sectores que tienen en mente Trump y sus amigos puedan recobrar o generar los empleos perdidos. El mejor ejemplo es el de la industria del carbón y el acero. Para empezar, la mayor parte de la demanda de energía en Estados Unidos se satisface con otros energéticos. Y las dos industrias son muy intensivas en capital (requieren una inversión muy fuerte por cada empleo generado).
Así que Trump puede seguir diciendo que impidió que la Ford se llevara a México su planta de Kentucky, o puede presumir de haberle torcido el brazo a Carrier, el gigante de los equipos de refrigeración, para que no instale su planta con mil empleos en México. O puede seguir con su neoproteccionismo e imponer nuevos gravámenes sobre los productos importados desde México. Lo cierto es que esos desplantes no servirán para generar los empleos que Trump pronostica en el sector manufacturero y tampoco servirán para devolver a Estados Unidos un liderazgo industrial.
Pero hay otra vertiente de política industrial anidada en el presupuesto militar de Trump. Se recordará que el presupuesto de egresos recién enviado al Congreso contempla un incremento de 54 mil millones de dólares para gasto militar. Una buena parte de este monto se irá a las industrias que ya producen equipo militar de todo tipo, desde aviones no pilotados y misiles crucero de alta velocidad hasta submarinos invisibles y la renovación de las cabezas nucleares en el arsenal estratégico. Muchos analistas piensan que de esa inversión pueden desprenderse beneficios inesperados en términos de innovaciones tecnológicas aplicables a la industria civil.
Pero no es la primera vez que el incremento en el gasto militar contribuye a desmantelar las bases de la competitividad industrial en Estados Unidos. Entre 1960 y 1986, Estados Unidos vio reducir su participación en la producción mundial de 25 a 10 por ciento. La razón es que mientras Japón y Alemania innovaban en la introducción de máquinas herramienta de control numérico para uso genérico en la industria civil, Estados Unidos se dedicaba a diseñar sistemas automatizados para las máquinas herramienta que usaba la fuerza aérea en la producción de sus equipos y refacciones. El resultado fue el debilitamiento de la industria de máquinas herramienta de Estados Unidos y su pérdida de competitividad. Este no es el único ejemplo del impacto negativo que ha tenido el gasto militar sobre la industria en Estados Unidos, pero es un poderoso llamado de atención para dejar de creer en los ilusos comentaristas allegados al complejo militar-industrial en Estados Unidos.
Los objetivos de la política industrial
de Trump nunca serán alcanzados. Y mientras Estados Unidos sigue dominado por las necesidades del sector financiero y pierde tiempo siguiendo los enfermizos tuits del señor Trump, China continúa abriendo nuevos derroteros para la industrialización en los estratégicos ramos de robótica, manufactura inteligente y nuevos materiales para energías renovables. Está bastante claro quién será el líder en manufacturas en el próximo decenio.
Twitter: @anadaloficial