lamos, Son. Los últimos tres días de actividades de la edición 31 del Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT) dejaron como saldo general un buen sabor de oído, con algunas sesiones particularmente destacadas. Se realizó una más que decorosa puesta en escena (recortada en su duración) de la Carmen de Bizet, apreciable sobre todo por el buen flujo musical y dramático logrado por Christian Gohmer en la dirección concertadora y Luis Miguel Lombana en la dirección escénica. Se notó en general una vocación por aprovechar al máximo los recursos modestos con que contó la producción, y eso siempre se agradece.
De muy alto nivel resultó el recital a piano (con Rubén Fernández-Aguirre al teclado) de la luminosa soprano vasca Ainhoa Arteta, quien ofreció un inteligentemente planeado programa de música latinoamericana y española sazonado con un poco de ópera de Cilea y Puccini. A notar, el sutil y eficaz crescendo en la intensidad musical y dramática de su repertorio, en el que brillaron especialmente las Tres canciones de Valldemosa, de Antón García Abril, sobre excelentes poemas de Antonio Gala. Proyección, timbre, amplitud de la voz, gradaciones dinámicas, todo de primera en esta exitosa presentación de Ainhoa Arteta.
Muy sabroso resultó el concierto a dos acordeones de Antonio Barberena y Gwenael Micault, dividido por regiones geográficas, con éxito particular en una giga irlandesa, tres tangos de Piazzolla y un par de nostálgicos valses a la francesa. Dos virtuosos de alto nivel en estos complicados instrumentos de fuelle.
La última noche de gala en el palacio municipal fue protagonizada por la soprano estadunidense Elizabeth Blancke-Biggs y el tenor chileno Giancarlo Monsalve, con la Filarmónica de Sonora y Enrique Patrón de Rueda a la batuta. Especialista en Verdi, la soprano propuso una primera mitad dedicada por entero a su música, demostrando sobre todo el adecuado temple dramático para encarnar a las diversas heroínas y villanas verdianas que abordó. Me pareció que a su voz, potente y afinada, le faltó un poco de claridad en la enunciación de los textos, quizá debido a cierto exceso de impostación. A Giancarlo Monsalve se le apreció como un tenor con todas las herramientas de su tesitura bien colocadas, con una especial riqueza, solidez y profundidad en su registro grave, que no se escucha con frecuencia entre los tenores de hoy. Lo mejor de la noche, el último dueto que cantaron, del final de la Andrea Chénier, de Giordano, muy bien logrado en lo vocal y en lo expresivo.
Si bien estas manifestaciones de música vocal y de concierto que he reseñado aquí y en mi anterior entrega fueron (como lo han sido a lo largo de tres décadas) el pan y mantequilla del FAOT, este año puse especial atención a las presentaciones de grupos musicales de los pueblos originarios de Sonora, realizadas en el mercado de artesanías en las afueras de Álamos.
El grupo Etnia sierreña del pueblo macurawe, Ana Dolores Vega del pueblo yoreme, el Dueto Mendoza del pueblo yaqui, se presentaron cantando sus repertorios tradicionales a veces en su lengua materna, a veces en castellano, con resultados singularmente conmovedores más allá de las cualidades musicales de cada uno de ellos. En la presencia, las voces, los instrumentos y los rostros de todos ellos es posible percibir con claridad meridiana una potente combinación de orgullo por su cultura tradicional, preocupación por el desvanecimiento y pérdida progresiva de su lengua y sus costumbres ancestrales y, de modo importante, una contundente conciencia de los numerosos y añejos agravios que han sufrido esos pueblos originarios, y de la enorme e impagable deuda que los hombres blancos, los yoris, hemos contraído con ellos.
Dejo para el final la noticia sobre uno de los proyectos más atractivos que he encontrado en varios años de asistir a este rincón de Sonora a los actos del FAOT. En la Alameda de Álamos se presentó el grupo Libro Abierto, con una propuesta deliciosa: combinar los géneros fundamentales de la música norteña (y algunos otros) con temas diversos de la literatura, la poesía y la mitología de México y el mundo, en una yuxtaposición muy inteligente, bien concebida y realizada, con una inusual mezcla de rigor, humor, desparpajo, conciencia social y espíritu lúdico cuya finalidad es la de acercar las letras y el gusto por leerlas a públicos diversos y numerosos, sobre todo jóvenes.
Libro Abierto, música norteña y literatura, un proyecto que claramente merece una mayor promoción y difusión. Es muy divertido y muy instructivo. ¿Qué más se puede pedir?