ernando Escalante ofrece otro luminoso texto (Ciudadanos inexistentes, Nexos, febrero 2015) después de aquel libro sobre la cultura cívica en el siglo XIX mexicano intitulado Ciudadanos imaginarios (El Colegio de México,1992).
Evoco sus textos porque me parece impactante la cantidad de escándalos de corrupción que se han destapado en los últimos tiempos desde los negocios de la sucursal de HSBC en Ginebra a los reportajes de NYT sobre la compra de bienes inmuebles en la Gran Manzana.
En nuestro caso el más reciente episodio nacional sobre la red de corrupción en el estado de Guerrero se añade al voluminoso expediente de la corrupción en México, amén de los casos mexicanos que se derivan del HSBC suizo y de los reportajes neoyorkinos.
En su libro Escalante centra su argumento en que en el siglo XIX no existieron ciudadanos, sino leyes y códigos que apelaban a algo imaginario.
Eso no significaba sólo caos, sino un cierto orden dentro del caos. Ese orden estaba basado en un conjunto de creencias y valores que conspiraban contra el ideal republicano del ciudadano.
En el campo el orden rural estaba organizado alrededor de la comunidad, y entre los poderosos primaba, alrededor de la hacienda, el orden señorial que suponía una personalización de la autoridad, una organización jerárquica de la sociedad, un localismo, relaciones políticas clientelares y un recelo frente a la autoridad formal.
Su conclusión es que en el México del siglo XIX hubo una persistente tradición de desobediencia y un notable desapego del Estado
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En su reciente ensayo en Nexos parte de una afirmación contundente: Se dice que no hay ciudadanos. Es verdad. Lo que hay, en general, es lo que ha habido siempre. Tenemos una sociedad acostumbrada a participar, a exigir, a imponerse incluso, pero no de manera civilizada ni democrática
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El surgimiento de la idea de sociedad civil –que ocupa el lugar que antes tenía el pueblo, el proletariado o el sujeto revolucionario– permite completar una narrativa sobre una sociedad oprimida, dechado de virtudes y motor del cambio. Estamos en los noventas con un discurso decisivo aunque desde luego no único que acompaña la azarosa marcha hacia la primera alternancia.
Pero ahora, continúa argumentando Escalante, en la segunda década del siglo XXI, “la sociedad se ha vuelto mala: incivil, antidemocrática, refractaria al cambio, porque eso sirve para contrarrestar el desencanto y para justificar… la ineptitud de los políticos”. Y concluye que si no se cumple el mínimo indispensable de civilidad, que es cumplir con la ley, es porque no hay una expectativa razonable de que los demás hagan lo mismo. Para Escalante los defectos
de nuestra ciudadanía son el signo de la precariedad del orden político. Es decir el problema no es que no haya ciudadanos, sino que no hay Estado
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Decía en mi artículo de hace 15 días http://gustavogordillo.blogspot.mx que lo más dramático es una situación donde se tiene un Estado debilitado y una sociedad fragmentada. Es para esta coyuntura –en la cual llevamos inmersos bastante tiempo– para la cual tenemos que pensar, proponer y negociar posibles salidas.
Lo que me interesa de los textos de Escalante es la interacción entre reglas formales e informales, y los códigos que se generan en un contexto relativamente caótico, pero que sin embargo tiene diversos órdenes. Me permite avanzar en la idea que he planteado respecto de que la transición a la democracia en México generó un régimen especial que no es el régimen autoritario transvestido, pero tampoco el democrático que se imaginó en la larga marcha de las movilizaciones sociales y ciudadanas.
A este régimen lo he denominado régimen otomano siguiendo la analogía que Garton Ash hizo en sus textos sobre los regímenes en Europa del este ya en plena decadencia del comunismo.
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