Decepción
s muy probable que la precaria tregua pactada en la reciente cumbre de Minsk por Ucrania, Rusia, Alemania y Francia termine como el anterior intento de detener la guerra fratricida en el este ucranio: en decepción.
Y este fracaso anunciado se traducirá en la prolongación de este devastador conflicto y, lo que es peor, en más víctimas entre la población civil, ajenas a los intereses económicos de quienes apuestan por una solución militar, sin restar responsabilidad a los gobernantes que por sus ambiciones geopolíticas, desde otros países, alientan y respaldan a las partes beligerantes.
No se excluye que el nuevo alto el fuego, a partir de este domingo, ni siquiera entre en vigor, porque los dirigentes de los cuatro países que negociaron el acuerdo no fueron capaces de tomar decisiones que es necesario adoptar para poner fin a las hostilidades y sentar las bases para empezar a debatir un arreglo político.
El escollo más acuciante es qué hacer con los 8 mil militares ucranios que están rodeados en las afueras de la ciudad de Devaltsevo. El Kremlin, por voz de los líderes separatistas, quiere que los sitiados se rindan y dejen sus armas; Poroshenko asegura que no hay cerco sobre sus soldados.
Sin embargo, los combates, que concluida la cumbre de Minsk arrecian, indican que ahí hay un serio problema irresuelto. En ese contexto parece irrelevante si la zona desmilitarizada tendrá 50 o 140 kilómetros de ancho, cuando la artillería pesada y los misiles son los únicos argumentos que le quedan a Kiev para tratar de salvar con honor a esos miles de soldados.
Tampoco es claro cómo van a poder los observadores de la OSCE hacer cumplir los entendimientos, después de que llevan meses mostrando la inutilidad de su misión. Para obligar a que se respete cada uno de los puntos acordados es indispensable algo más que confiar en la buena voluntad de las partes enfrentadas.
Apenas un día después de la cumbre, Ucrania se desdijo de dos de los entendimientos principales: no habrá amnistía para los líderes separatistas, a quienes Kiev considera terroristas
, y no se comprometió a nada en concreto respecto de la reforma de la Constitución, que condiciona –dicho sea de paso– retomar el control de la frontera con Rusia hacia finales de este año, entre otras cuestiones clave para poner fin al derramamiento de sangre.
Los frágiles acuerdos tienen demasiados candados y, al mismo tiempo, carecen de soluciones a dos aspectos fundamentales para terminar este conflicto, y que aparentemente formaban parte de la iniciativa de paz franco-alemana en su versión original: para asegurar el alto el fuego, introducir cascos azules de la ONU y, para tranquilizar a Rusia, otorgar garantías de que Ucrania nunca solicitará ingresar a la OTAN.
Sin estos firmes compromisos, sólo cabe esperar un milagro que haga posible remover todos los obstáculos que impiden establecer una paz duradera en Ucrania. Dicho esto, nada daría más satisfacción a quien esto escribe que su análisis resultara erróneo.