Gaspar Aguilera Díaz
Para Juan Alzate, Claudia, Gonzalo Palma, y Abidán…
Ella volteó a verlo mientras él se sumergía nuevamente en las teclas del piano, y se dio cuenta que todo estaba perdido irremisiblemente. Era otra forma de saludar a todo lo que la pasión le removía por dentro. Cada frase cortada según su propia respiración, lo llevaba de nuevo a esa intensidad desconocida pero que le hacía ver las cosas de otra manera. El contrapunto rítmico le hacía recordar algo parecido a la nostalgia, ver su pelo suelto atravesando la luna por el domo transparente, su suéter verde enmarcando su figura sensual y tibia, sus manos y dedos vegetales inaugurando la magia nocturna y victoriosa.
Su cercanía, como siempre, abolía todas las preguntas. Ahora el ritmo era pausado, agua calma en la laguna de los deseos. Luz crepuscular que recorría y bañaba el beso interminable. Tono menor que traducía esa versión del fuego. La respiración vibrátil le hacía compartir esa escala original de la ternura.
Llueve sobre el lago, dijo; las nubes, le contesté; te amo y las breves y lejanas olas, me dijo; el ritual de estar hoy aquí, me dijo con lágrimas; los pescadores a lo lejos, contesté… el deseo, le susurré apretándole el hombro izquierdo; la profundidad, me contestó con los ojos semicerrados; su muslo empezó a brillar y a acariciarme mientras dijo: la lluvia, iba a contestarle: humedad, y su lengua cerró mi boca… |