Número 215
Jueves 5 de Junio
de 2014
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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Joaquín Hurtado
El mampo
Papá me obligaba a cortarme el pelo en la peluquería de don Benito. La greña me llegaba casi al borde superior de las orejas y esto enfurecía a mi padre. Mi viejo ponía en alerta a la tropa familiar si yo o alguno de mis primos excedíamos el largo de la cabellera: “¡Pareces macho perdido!”, exclamaba al tiempo que me tironeaba de las patillas.
Nunca entendí plenamente el significado de aquella expresión hasta hace poco. En mi niñez yo interpretaba la frase como parte del arsenal pedagógico con el cual nos trataban de encausar en los correctos hábitos de la hombría. Algo que “mucho iba a agradecer cuando llegara a grande”.
El camino para convertirse en un pelado viejero, cantador y bigotudo como mi tío Ranulfo estaba empedrado con esta clase de señales.
Por cierto, cuando ya alcancé la edad adulta y empecé a frecuentar los cines porno en busca de aventuras que jamás confesaba a nadie, ni siquiera al párroco de la colonia, me encontré al tío Ranulfo en el Chaplin, cine rascuache lleno de jotos y mayates. El modelo de la masculinidad que iluminaba mis ansias por alcanzar el continente privilegiado de la hombría estaba en las filas más apartadas mamándole la verga al Salao, chichifo muy conocido y maloso. El tío estaba tan emocionado que ni me vio.
Ahora regreso al asunto del macho perdido. Un día llegó mi hijo a visitar a mis papás después de su regreso del extranjero, donde los chavos andan sin miedo con el pelo largo y la barba hirsuta. Antes de abrazarlo y con el gesto adusto con el que me jodía de niño, el viejo le sorrajó exactamente lo mismo estirándole con fuerza el pelambre: “¿No te da vergüenza, ¡pareces macho perdido!”
Pero mi chaval sí tuvo el valor de preguntar el significado de aquel enigma. -¿Por qué me dices eso, abuelo? Mi papá soltó un cuento aterrador: cuando él era un chamaco de apenas seis o siete años sus padres lo mandaron a la sierra en los límites de Durango y Zacatecas, sin más que la bendición materna y un morralito con gordas de maíz. Su única compañía era el Diablo, su perro “lionero”.
La misión de aquel viaje era encontrar una bestia de trabajo que el viejo Eufemio requería para trabajar la milpa. Al fin halló al animal después de buscarlo durante varios días. Era un mulo rejego llamado el Mampo. Eso era un macho perdido: la cola y las crines enredadas con cardos y alimañas, y mataduras infectas en todo el cuerpo.
-¿Y no tenías miedo, abuelo, si sólo eras un niño?
-¿Cómo iba yo a tener miedo si era ya un hombre cabal?, no como ahora que el mundo está lleno de maricas.
S U B I R |
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