Número 214
Jueves 1 de Mayo
de 2014
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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Joaquín Hurtado
Pierdetiempo
Flacote, irrompible, andariego, Pierdetiempo nos anuncia que se marcha pal otro lado. Quiere ver a una de sus muchas novias.
Igual lo hizo hace un año. Nomás de puros puntos nos dijo: “me voy a ver a mi ruca a Roma”. Yo fui el último que lo divisó doblar la esquina y desaparecer con rumbo al norte. Siempre regresaba chapurrando todas las lenguas del mundo. Presumía unos tatuajes policromos en brazos, pecho y toda la superficie de su escuálido lomo. Se los hizo Tom, un gringo que había perdido las piernas en Vietnam. En su piel estaba la crónica completa de aquella trágica guerra.
Pierdetiempo disfrutaba los suspiros de los chavillos mientras contaba los tesoros de su viaje. Una vez sacó una ristra de condones y nos explicó “sirven pa coger como los meros chingones”. Extrajo su miembro largo, grueso y cabezón. Delante de todos se lo colocó y así fue como, a los siete años, me enteré de la existencia de esas ayudas para las necesidades del cuerpo.
Hoy le da la gana pelarse y como resorte se pone de pie, se espanta una mosca de la frente y nos grita desde media cuadra: “ahí nos vimos, cuídenme a la Jefita”. La Jefita es su madre, una viejecilla viuda, sufrida y resignada. Pierdetiempo se embarca con lo que trae puesto. Va sin un centavo, sin morral, sin abrigo, ni mucho menos un carnet para identificar sus generales. Lleva nomás el puro gozo frente a las inclemencias del destino. Es el héroe supremo de nuestros sueños de evasión, el dueño absoluto del reino de la vagancia. Los chiquillos lo envidiamos desde los rigores de la maldita escuela. Sus largas zancas lo ponen pronto en un furgón de tren pero prefiere las carreteras.
No importa si lo abrasa el sol canicular, si la luna en el cielo amenaza con terribles heladas, si llueve a baldazos, o le graniza en descampado. A la hora que se le pone, Pierdetiempo agarra camino y párelo usted. Pasan los meses y del peregrino ni sus luces. Cuando cala el hambre o faltan los cigarros nomás extiende la mano y pide limosna. Si mendigar es un arte, él es un consumado virtuoso.
Pero si su estrategia mendicante falla, utiliza una técnica infalible. Se esconde en algún punto ciego del asfaltado, estudia y calcula con brillante inteligencia la velocidad y el ángulo preciso y zaz, se lanza al paso de un vehículo. Algún conductor atemorizado se detiene y le ofrece ayuda. Le da dinero para curaciones. Liberado de toda responsabilidad, el nervioso chofer huye de la escena. Pierdetiempo sigue su camino silbando de contento, rengo y ricachón. Por eso mi abuela le puso ese sobrenombre. Su hábito nómada y sablista le ha permitido viajar, conocer mundo. Su osadía le ha dejado varias costillas rotas, ventanas en los dientes frontales y un ojo tuerto. Su porte de viva calaca no lo detiene a la hora de echar novia. Ostenta romances con damas de gran belleza y fortuna.
Pierdetiempo nos avisa que se va a Roma en Texas a visitar un amorío. Y de allí hasta donde se acabe el horizonte. Han pasado ya cuarenta años y lo seguimos esperando.
S U B I R |
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