Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Hasta siempre, Gabo
Mercedes López-Baralt
El coronel siempre
tendrá quien le escriba
Juan Manuel Roca
Tres huellas para volver
a García Márquez
Gustavo Ogarrio
Gabriel García Márquez:
la plenitud literaria
Xabier F. Coronado
La saga que
Latinoamérica
vivió para existir
Antonio Valle
García Márquez
y la sensualidad
de la lengua española
Antonio Rodríguez Jiménez
Situación de
estado de sitio
Yannis Dallas
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
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Jair Cortés
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Para quien comienza a leer a Octavio Paz
Fue Miguel N. Lira, poeta tlaxcalteca, quien publicó los primeros versos de Octavio Paz en 1933. Luna silvestre fue el título de esa plaquette que inauguraba el oficio del futuro (y único hasta la fecha) Premio Nobel de Literatura mexicano. Sin embargo, estos versos de juventud fueron suprimidos por el mismo autor cuando reunió su obra poética en el volumen Libertad bajo palabra (1935-1957). Respecto a lo anterior, Paz afirmó que: “Los poemas son objetos verbales inacabados e inacabables. No existe lo que se llama versión definitiva: cada poema es el borrador de otro, que nunca escribiremos… pero hay poetas precoces que pronto dicen lo que tienen que decir y hay poetas tardíos. Yo fui tardío y nada de lo que escribí en mi juventud me satisface; en 1933 publiqué una plaquette, y todo lo que hice durante los diez años siguientes fueron borradores de borradores. Mi primer libro, mi verdadero primer libro, apareció en 1949: Libertad bajo palabra.”
La obra de Octavio Paz es de una inmensidad apabullante. Cualquier lector tiene ante sí una vasta y variada obra que puede invitarlo a sumergirse en ella o bien, puede desconcertarlo, hacerlo naufragar o extraviarse en sus profundas aguas. Cioran decía: “Pobre de aquel escritor que no cultive su megalomanía, que la vea menguar sin reaccionar, pronto se dará cuenta que uno no se vuelve normal impunemente.” Esta idea ilustra las aspiraciones de Octavio Paz, un megalómano cuya obra cumple y rebasa las expectativas de la tradición literaria de nuestra lengua. A pesar de esta inmensidad, una gran cantidad de lectores acude a los mismos textos: “Piedra de sol”, en el caso de la poesía; o fragmentos de El laberinto de la soledad o La llama doble, cuando hablamos de ensayo. Por otra parte, muy pocos se aventuran a leer La hija de Rapaccini, la única obra de teatro que Octavio Paz escribió, o esa maravilla que cruza la frontera de los géneros titulada El mono gramático.
Lamentablemente, en estos festejos del centenario del natalicio de Octavio Paz, la mayor parte del público mexicano no lee al poeta, se limita a verlo y a escucharlo en los programas televisivos, una dinámica que fomenta ausencia de lectores y, por lo tanto, ausencia de crítica. A quienes estén interesados en abordar la poesía de Paz recomiendo que comiencen por el principio: Libertad bajo palabra, en donde el poeta afronta un amplio horizonte temático y explora las posibilidades formales que van del haikú al poema de largo aliento (al amparo del verso medido, el verso libre, la prosa poética y el cuento). Libertad bajo palabra es el libro capital de Octavio Paz, es la exposición de casi todas las preocupaciones que habrá de tratar en sus siguientes libros: la poesía como actitud crítica y manifestación lingüística del espíritu libertario, el amor y la memoria como elementos para develar la verdadera esencia de la realidad.
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