Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Hasta siempre, Gabo
Mercedes López-Baralt
El coronel siempre
tendrá quien le escriba
Juan Manuel Roca
Tres huellas para volver
a García Márquez
Gustavo Ogarrio
Gabriel García Márquez:
la plenitud literaria
Xabier F. Coronado
La saga que
Latinoamérica
vivió para existir
Antonio Valle
García Márquez
y la sensualidad
de la lengua española
Antonio Rodríguez Jiménez
Situación de
estado de sitio
Yannis Dallas
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
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La Jornada Semanal
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Felipe Garrido
Un inventor
Los golpes en las espinillas duelen –me dijo Juan, que andaba enyesado. La tibia no está protegida por ningún músculo. Pero esto, en 1874, cuando el futbol se jugaba de largo, fue resuelto por un jugador de veintitrés años del Nottingham Forest: Sam Weller Widdowson. Una mañana sus compañeros lo vieron llegar y se echaron a reír: se había puesto unas almohadillas de las que se usaban en el críquet para protegerse las espinillas. Poco le importó. Sam era rudo. Con las pantorrillas a salvo, se lanzó al juego sin cuidarse de las patadas. Seis años después, en 1880, alineó con la selección inglesa contra Escocia, que se impuso en casa cinco a cuatro. Quien ganó en verdad fue Sam: todos llevaban espinilleras –obligatorias desde 1990. Luego Sam se hizo árbitro. En 1891 pitó el primer juego en que las porterías tuvieron redes y según parece, fue el primero en usar silbato. En estos días –Juan nos mostró su boleto a Brasil– celebremos la memoria de Sam. |