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Gaspar Aguilera Díaz: adelantado,
trovador y viajero (III DE V)
Si la divisa de Gaspar Aguilera se enunciara como “todas las ciudades, la ciudad”, el lector aguzado encontraría lo que hay de Morelia en el mundo y la extranjería en la capital michoacana, lo cual vuelve insustancial que los poemas del viajero surjan de una experiencia biográfica o del viaje inmóvil. Frente a la curiosidad del lector, lo que se yergue frente a él, como evidencia palpable y constatación de un peregrinaje físico y metafísico, es el poema.
Como el vehículo de expresión de las ciudades recuperadas por Gaspar Aguilera es el poema, el acto poético de escritura y el de lectura deben ser considerados, simultáneamente, parte del viaje y otra clase del mismo; de esa manera, el poema construye y conduce al lugar rememorado, traducido o inventado por el autor: así se confirma que uno de los ejes decisivos de la poética personal de Aguilera Díaz sea el de un triple viaje cuyos puertos son el erotismo, las ciudades y la poesía, en cuyo trasfondo yace la obsesión por la memoria, que lucha afanosa contra el olvido.
En tanto que vehículo de los demás viajes, el poema de Gaspar Aguilera suele ser fiel a una retórica personal, en constante evolución pero apegada a los principios que le fueron básicos desde los primeros libros: él es un escritor decidido a renunciar a ciertos moldes y usos de la métrica tradicional, como el soneto y la estrofa endecasilábica, y deja claro su deseo de no ser enfático en el manejo de metáforas e imágenes que pudieran parecer deliberadamente poéticas, lo cual impulsa sus textos hacia una búsqueda de sencillez y transparencia casi esencialista, donde el despojamiento de vestiduras y oropeles verbales salen al encuentro de una poeticidad más profunda a través del manejo de imágenes simples y de una forma expresiva directa, limpia y poco afectada.
Consecuencia del hecho de que la poesía de Gaspar Aguilera se erija contra el olvido, mediante fulguraciones y transparencias sustentadas en el trabajo formal, es la naturalidad con que se encuentran en ella varias alusiones al (auto)retrato y la fotografía, formas de la permanencia, que se suman a los empeños de la palabra poética de su autor, vehículo y sentido de esas batallas. Una vez que Gaspar Aguilera depuró su vinculación literaria con la fotografía y las artes plásticas, no resultó extraño que, en Diario de Praga, se concentrara en las rememoraciones de diversas ciudades europeas y que, además, dedicara una sección completa para homenajear libérrimamente a ciertos pintores, con una voluntad simétrica a la dedicada a la fotografía en Tu piel vuelve a mi boca: “Los lienzos del deseo.”
Gaspar concentró los esfuerzos deDiario de Praga en la rememoración poética de una dilatada estancia en Salzburgo, entre 1992 y 1994, cuando fue invitado a dicha ciudad como Lector del Instituto de Romanística; y de una extensa visita a Praga, en 1994. La remembranza de menos ciudades, el apasionado vínculo del autor con un espacio reconstruido a través de sus palabras y la capacidad de combinar paisajes amorosos con paisajes urbanos, fueron las notas que caracterizaron a este libro.
Gaspar, a través del caballero Juan de Mandevilla, un longevo heterónimo suyo, anuncia el tono general del poemario, resume su amor por el viaje y se declara capturado por la última ciudad occidental de Europa, antigua barrera contra las invasiones provenientes del este. Para no contradecir su tendencia antidescriptiva ni su concepción del paisaje literario, Aguilera Díaz volverá a evitar las postales con el fin de entender por qué el atormentado corazón de Juan de Mandevilla estuvo a punto de naufragar en Praga; más bien, optará por elementos composicionales sintéticos y una sugerencia lateral para hacerlo, con lo que mostrará un sentimiento que antes subyacía en los textos de viaje del poeta: la nostalgia sobre la que Tarkovsky bordó su penúltima película, es decir, el deseo de regresar al terruño (por el cual se siente nostalgia), el deseo de permanecer en la ciudad extranjera (por la cual también se siente nostalgia) y la dolorosa conciencia de que no se sabe lo que se tiene hasta que ocurre su abandono. Las razones para entender tal desmesura son el carácter inagotable de una ciudad, la manera inagotable como la mirada del poeta está dispuesta a contemplar y dejarse poseer por un espacio donde él reinventa lo que se encuentra contemplando y donde, a la vez, él mismo se reinventa.
En esa medida, la geografía itinerante de Gaspar Aguilera se parece al mapa de su corazón.
(Continuará)
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