Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El espíritu abierto
de Valery Larbaud
Vilma Fuentes
Ditoria: en el centro
de la edición
Ricardo Venegas entrevista
con Roberto Rébora
Caparrós, memoria
singular de Argentina
Sergio Gómez Montero
Cualidad y horizontes
del adjetivo
Leandro Arellano
Gilbert, Sullivan
y Grossmith,
el humor Victoriano
Ricardo Guzmán Wolffer
El joven Dickens
Graham Greene
Una tempestad
llamada progreso
Hugo José Suárez
La poesía
Aris Diktaios
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
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Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
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Cinexcusas
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Puente colgante
No es bueno vivir en los extremos, sean de una soga, una calle o de la propia vida. Todo tiene dos extremos, hasta el alma. Vivir en cualesquiera de los dos no es bueno. Lo mejor es el centro mismo, donde los extremos se encuentran. Pero no en los extremos. Ni en uno ni en otro. Lo peor de los extremos es la soledad. Uno se aleja hasta de sí mismo. Porque el yo interior vive en el centro, es el eje de la balanza. Pongamos un ejemplo: el más pobre de los pobres está tan solo (porque todos lo desprecian, porque nada se puede sacar de él) como el más rico de los ricos (quien, al contrario, tiene que huir de quienes lo buscan para quitarle su riqueza). Huir es estar solo. Ni un extremo ni otro traen la felicidad que todos soñamos. Por eso nadie debe buscar ni una orilla ni la otra. Lo mejor es levantar nuestra casa en el medio, y hacer que los extremos se junten ahí mismo donde vive nuestro ser interior, puente colgante del abismo que somos. |