Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El espíritu abierto
de Valery Larbaud
Vilma Fuentes
Ditoria: en el centro
de la edición
Ricardo Venegas entrevista
con Roberto Rébora
Caparrós, memoria
singular de Argentina
Sergio Gómez Montero
Cualidad y horizontes
del adjetivo
Leandro Arellano
Gilbert, Sullivan
y Grossmith,
el humor Victoriano
Ricardo Guzmán Wolffer
El joven Dickens
Graham Greene
Una tempestad
llamada progreso
Hugo José Suárez
La poesía
Aris Diktaios
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
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Cinexcusas
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Felipe Garrido
Mira, güey
Y cada que pasaba, güey, otra vez me lo decía, para que no se me olvidara, tienes que ser atento, güey, de al tiro muy fijado, con las pilas puestas, que te la crean que eres de la casa, que no se vea que andas de colado. Y ahí andaba de arriba abajo, de la cocina a la sala, de la sala a la terraza, de la terraza al jardín y otra vez de vuelta y a ver qué querían, güey, a quién le faltaba una cerveza, una copa, más botana... El chingomadral de gente, güey, y ahí en la escalera el grupito aquel, güey, el del ruco que te digo, canoso, bigotudo, chaparrito, peinado patrás. No fallaba una; cada vez que pasaba a ver joven, qué pasó con las cubas, ándele, no se me duerma, traiga unos ceniceros, no se distraiga, unos canapés... Y la pinche risa de los demás, güey. Ya la traían conmigo, y fue cuando le dije lo de pinche ruco quién te crees que eres y él se dobló de la risa, me cae que creí que le había gustado... cómo iba a saber que era el patrón. |