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El chongo de la peinada
“No la quieres peinada sino hasta con chongo”: así se le reprocha, en México, a quien manifiesta insatisfacción por alguna cosa que sólo le parece buena cuando la ve desnaturalizada por la fuerza de la exageración. En dicha frase popular salió pensando este sumaverbos de la sala cinematográfica donde recién había visto Días de gracia (México, 2011), primer largometraje de ficción de Everardo Gout, quien además de dirigir es autor del guión, coproductor y coeditor de su filme.
Uno de los primeros pasadores que levantan el chongo es la anécdota, sostenida como cierta por unos con similar enjundia a la de otros que la niegan, según la cual en Cannes la cinta recibió un aplauso para el cual apoteósico resultaría un adjetivo minimizante: “quince minutos de batir palmas, en Cannes, ni para Woody Allen”, moderaban unos; “lo niegan por puritita envidia”, se empeñaban otros. Descontado que, de haber sucedido tal cosa, tal cual, hoy sería mucho más que una anécdota que va juntando polvo, el mal ya estaba hecho: Días de gracia llegaría al momento de su exhibición masiva comercial convertida –y no sólo por causas atribuibles a contenido y factura sino también por otras achacables al discurso que en torno a ella ha emitido su propio realizador–, en una hipérbole de dos horas con doce minutos.
Refiriéndose a su propia película, Everardo Gout ha dicho, entre otras cosas, las siguientes –las citas son textuales–: la película “es enmarañada, rompecabezosa”; “es un thriller kinético”; “es una carta de amor hacia el cine”; “es un melting pot de todo lo que me gusta del cine”; “quise hacerla lo más espectacular posible”; “quería que la reacción de la gente fuera más visceral, más epidérmica y no tanto intelectual”.
Tiene razón Gout al definir su filme como una maraña, es decir y según el diccionario, como enredo, lío, confusión o embrollo: así se perciben los evidentemente innecesarios enroques a los que somete la cronología, tanto interna como relativa, de las historias que cuenta, divorciando su obra de cualidades que muy probablemente buscaba –complejidad, profundidad, densidad–, y en cambio casándola con atributos que seguramente no deseó: dispersión, desperdigamiento y, por momentos, hasta incoherencia.
El pietaje demuestra lo antedicho de principio a fin: dividido el conjunto en tres grandes bloques anecdótico-temporales correspondientes a 2002, 2006 y 2010, la decisión formal para el manejo de cada uno consistió sobre todo en el uso de resoluciones gráficas –consecuencia del empleo de cámaras, lentes y filtros específicos–, así como de texturas plástico/cromáticas –producto de un diseño de producción y artístico, amén de un trabajo de postproducción también específico– diferentes para cada época, pero con tan mala fortuna en el ensamblado final del declaradamente rompecabezoso ejercicio de espectacularidad, que acabaron siendo necesarios, pero no suficientes, algo así como boyas o mojones que indicasen cuándo se está en qué Mundial de Futbol –el de 2002, el siguiente o el siguiente del siguiente–, puesto que tal evento es, también de acuerdo con lo declarado, el sustento para que el título se refiera a unos tales Días de gracia.
Queda la trama pero, en atención a lo buscado por Gout, aquello de la reacción “más visceral, más epidérmica y no tanto intelectual”, este juntapalabras se confiesa derrotado ante la kinesis del thriller meltingpotesco; declara que tanto filtro, tanto lente, tantísima música, tanto encuadre, tanta postproducción, tantísimo infructuoso abarrocamiento, tan palmaria cuan inane redacción tuvo el cineasta para escribirle su carta de amor al cine –con una referencialidad homenajística de ésas que al pasarle desapercibidas al gran público le huelen a soberbia al “especializado”–; en fin, tanto y tanto exceso echado a rodar voluntariamente, hicieron que a este ponecomas muy poco le quedara en claro, si no es que nada: apenas, que hay un policía capaz de cualquier bajeza no obstante su corazón todavía humano; que hay un secuestro y, valga la obviedad, un secuestrado sufriendo lo indecible mientras su esposa sufre lo ídem, y un grupo de sujetos malencarados que, en la escena aparentemente cumbre, tomada desde todos los ángulos posibles –inclusive uno aéreo–, se agarran a balazos, con bala en cámara lenta y toda la cosa.
Visceral y epidérmico, tal como fue solicitado: no por gracia, sino por desgracia, estos Días de gracia son, y daría gusto que no lo hubieran sido, como el chongo de la peinada.
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