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Guernica: 75 años
contra la barbarie
Anitzel Diaz
El mural de Guernica
Hugo Gutiérrez Vega
De feminismos,
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Guernica: 75 años contra la barbarie
Anitzel Diaz
No, la pintura no está hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo
Pablo Picasso
La gran estrella del museo Reina Sofía de Madrid es sin duda el Guernica, de Picasso. Unos cuantos pasos, pasillos, vuelta a la derecha y ahí está de frente, monumental. A primera vista quita el aliento. El Guernica es una de esas piezas que forman parte de la cultura universal y tienen una exposición tan mediática (libros de arte, documentales, playeras y toda la parafernalia que se crea alrededor de “lo famoso”) que cuando uno la ve en vivo es como si estuvieras frente a una celebridad. No sólo por las dimensiones –7.8x3.5 metros– o por los negros blancos y grises que plagan el lienzo, o por los rostros contorsionados, sino por su carga simbólica y más que nada por su fama. Más allá del contenido, de lo semántico de la pieza, que es su primer valor, el Guernica es una protesta, una denuncia.
Pablo Picasso leyó en el periódico acerca del bombardeo indiscriminado hacia un lugar llamado Guernica y Luno; un pueblo situado al norte de España en el País Vasco. El 26 de abril de 1937 el pueblo sufrió cuatro horas de bombardeo por parte de aviones alemanes, los cuales redujeron a escombros la villa entera. Se dice que en 1940, con París ocupada por los nazis, un oficial alemán, ante la foto de una reproducción del Guernica, le preguntó a Picasso que si él había hecho eso. El pintor respondió: “No, han sido ustedes.” Guernica, el pueblo, no es ahora más que un lugar con su plazuela y viejos con boina, pero indudablemente se ha convertido en un símbolo tan grande y fuerte como Hiroshima y Nagasaki.
El mural es una gran puesta en escena. Tiene la herencia formal de las Señoritas de Aviñón, postcubistas, africanoides, en fin, picassianas. El artista hizo más de sesenta dibujos preparatorios para el Guernica (era obsesivo hasta la genialidad), estudió la forma al máximo y llegó a una desconstrucción de las imágenes que le ayudó a plasmar la destrucción de la guerra. El gran formato del mural coincide con la estructura narrativa del mismo. Dentro de él se produce una simbiosis del espacio interno y externo. Por su gran tamaño el espectador se siente absorbido por la escena; vive el horror de la escena. Dominan los grises alternados en algunas partes con blancos y negros luctuosos, además de algunos reflejos rosas y violáceos debidos al proceso de elaboración del mismo. Tanto las formas, como también los colores del cuadro, expresan la emoción que el propio Picasso sintió al leer las noticias del bombardeo. La imagen derrama un sentimiento de pérdida y desesperación: de guerra.
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Cada personaje representa una historia. En el cuadro aparecen representados nueve símbolos: seis seres humanos y tres animales (toro, caballo y paloma). Está la piedad: una mujer rota de dolor, con lágrimas como si fueran sus ojos, recoge a su hijo muerto en brazos. La paloma: que tiene un ala rota y el pico abierto, símbolo del rompimiento de la paz. Un hombre descuartizado, tirado en el suelo, con una estrella de cinco puntas en una mano y una espada y flor en la otra: simboliza la barbarie de lo inexpresable. Otra forma de dolor es representado al colocar una mujer saliendo de un edificio en llamas, totalmente atrapada en ellas. Con sus brazos levantados y la boca abierta expresando el horrible sufrimiento que está padeciendo.
Durante la elaboración de la pintura, Dora Maar hizo distintas fotografías que permiten recomponer el proceso compositivo en el que Picasso hizo repetidas correcciones sobre la marcha. Entre los cambios realizados figura la luz artificial que ilumina un interior, cuando originalmente era un sol en una escena que se producía en la calle, por lo que la mujer que porta el candil en realidad se asomaba por la ventana de una casa en llamas. Del mismo modo, el toro aparecía con el cuerpo colocado en dirección contraria y el soldado recogía en su puño un manojo de espigas.
Tras la clausura de la Exposición de París, el Guernica fue expuesto en Noruega e Inglaterra y después trasladado, por razones de seguridad, a Nueva York, donde formó parte en 1939 de una exposición dedicada a Picasso en el moma. Tras la derrota de la República española ese mismo año, Picasso lo cedió en préstamo al museo estadunidense y manifestó el deseo de entregar la obra al pueblo español cuando hubiese un régimen democrático. El cuadro, junto a la colección de dibujos preparatorios, fue entregado a España en 1981, y fue instalado el 10 de septiembre en el Museo del Prado, ocupando la sala principal del Casón del Buen Retiro. En 1992 pasó a ser la obra principal del nuevo Museo de Arte Reina Sofía, donde sigue atrayendo a visitantes de todo el mundo.
En la actualidad el Guernica no ha perdido su fuerza de denuncia; es una imagen tan fuerte que supera la realidad de cualquier fotografía plasmada en los medios de comunicación.
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