Hugo Gutiérrez Vega
A Pablo Picasso
Dejad a ese caballo
rumiando su agonía;
dejad que el toro negro
empitone su muerte;
cuánto mejor la espada
que esta muerte no vista,
no esperada, que llega
del aire envenenado.
El niño duerme, muere;
los senos de la madre;
la descubierta estrella
de la noche pasada.
No hay sangre,
no hay lugar para la sangre
en este panorama de cuerpos destrozados;
sólo el aire caliente,
el minuto sonoro
y después el silencio,
el grito no esperado
presente, aquí,
como la casa muerta
y los ojos del niño
abiertos hacia adentro.
Dejad que el toro negro
no acepte su agonía
y que el sueño de arena
engañe su silencio.
Dejad que el niño duerma,
que la tierra se abra,
que la casa sin muros
abandone a sus hiedras.
Nada se puede hacer;
el minuto ha pasado.
Sólo queda gritar,
gritar hasta que el viento
nos muestre una salida.
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