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Morelia 8 (IV Y ÚLTIMA)
A Haile Gebrselassie (Etiopía, 18/IV/1973), atleta con 18 años de trayectoria, 26 récords mundiales en 5 mil y 10 mil metros planos,
medio maratón y maratón, incluyendo la marca
mundial de 2h3’59” en los 42.195km, en Berlín 2008.
Estos son otros de los cortometrajes que se exhibieron en Morelia, en el pasado FICG:
Martyris (2010), escrito, animado, fotografiado editado y dirigido por Luis Felipe Hernández Alanís, así como Luna (2010), escrito, animado, fotografiado, editado, producido y dirigido por Raúl y Rafael Cárdenas, amén de ser sendos cortometrajes de animación y tener idéntico pietaje –de ocho minutos–, presentan algunas semejanzas y pocas diferencias entre sí. De las últimas destaca una técnica, pues mientras Martyris ha sido elaborado en stop motion, Luna es una tradicional animación bidimensional. Las semejanzas son muchas más: ambos gozan de una calidad irrefutable, técnicamente hablando, tanto en lo visual como en lo auditivo. Cada uno a su manera, establecen desde su arranque un tono y un ritmo y lo sostienen sin desmayo hasta el final. Infortunadamente, toda esa pericia formal está, mirando hacia el plano de la narración, puesta al servicio de historias que apenas lo son, sobre todo en el caso de Martyris; algo similar ocurre a nivel estético, también especialmente respecto de este último, con el añadido de que da la sensación de querer apantallar con el recurso a un tremendismo feista o feismo tremendista, por decirle de algún modo. Por su lado, Luna comparte con aquél no sólo el afanoso empeño por funcionar a manera de galería visual decadente/deprimente, sino el problema de muchos otros trabajos de animación similares: que en aras de darle forma a un universo particular –en estos casos fatalmente preñado de oscuridad y sordidez– y dar cuerpo a una atmósfera visual y sonora que se baste por sí misma, estéticamente hablando, en efecto logran todo eso, pero al alcanzarlo consiguen también la antihazaña de dejar fuera de ese ámbito cerrado y exclusivista dos elementos que convendría no perder de vista: uno, la plausibilidad anecdótica, y dos, al espectador mismo que, si no es de suyo apantallable, mientras ve los cortometrajes piensa que es como si alguien estuviera contándole de viva voz una historia pequeñita pequeñita, pero adjetivándola sin cesar: “esto es bien triste, ¿eh?; esto es bien terrible...” Concluye uno que la nimiedad jamás hallará remedio en el recargamiento icónico, ni en una estética vanamente abarrocada.
La ligera presión de un pensamiento |
GUERRA DE PAPEL EN EL DESIERTO
Desierto (2010), dirigido, escrito, fotografiado y animado por Christian Rivera, alcanza a zafarse del vicio redundante de aquéllos, a pesar de que, como los otros, manifiesta el propósito evidente de establecer una estética y una atmósfera cerradas en sí mismas. Lo que le ayuda a esta animación mixta de doce minutos es la diafanidad de su trama, simple hasta el punto de que su desarrollo, con todo y ser perfectamente previsible, va de su alfa a su omega sin rebuscamientos ni obstáculos. Algo así como la puesta en escena del resultado que puede acarrear la tendencia a siempre realizar el menor esfuerzo posible, Desierto se vale de sólo tres personajes, todos ellos silentes, para recomendar –sin moraleja de por medio– un poco de reflexión antes de tomar por el camino corto, que no siempre es el más adecuado.
En la misma línea del anterior, es decir, en la de una sencillez y una claridad formales que reflejan la claridad de propósitos narrativos y de concepto, La ligera presión de un pensamiento (2010), dirigido, animado, fotografiado y escrito por Paula Assadourian, emplea la ligereza de sus poco más de cuatro minutos de duración para decir, redonda y sutilmente, que si bien cada cabeza es un mundo –y aquí mundo es hecho equivaler a residencia, a casa, a lugar donde habita el ser del pensamiento–, eso no significa necesariamente que entre un mundo y otro deba primar la incomunicación, la incomprensión o la descalificación.
Por su parte, Guerra de papel (2010), dirigido, escrito y fotografiado por Carlos R. Calderón Coronado, consiste en una delicia metafórica según la cual una figura hecha de papel, que representa a un militar, busca y consigue replicarse en prácticamente todo el papel disponible en una habitación, con evidentes propósitos de lograr una hegemonía, que es decir uniformidad, que es decir opresión, tedio y sujeción al poder, hasta que se le opone la fuerza de una colectividad –también de papel– que logra vencer a la fuerza de ese protofascismo.
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