Número 171
Jueves 7 de Octubre
de 2010
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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Joaquín Hurtado
Mi grito
También a nosotros nos dio la gana de celebrar las fiestas bicentenarias. La noche nos fue propicia a los revoltosos del AIDS. Sobró quien tributara pasteles, tamales y licores a la República seroconversa. No hubo fuegos de artificio ni carruajes alegóricos, en cambio abundaron vestuarios electrizantes y besos tronadores. Un gajo de luna iluminaba la terraza de los honores.
La edecán me condujo a los corrillos donde departían los jóvenes invictos y las fieras heroínas de la incruenta batalla contra el VIH y sus efectos colaterales: beneficiarios del IMSS, ISSSTE, Seguro popular y demás madrigueras de la insurgencia impune. Ramillete infeccioso autodenominado PVVs. Nuevos rostros provenientes de todos los confines del reino clandestino intercambiaban brutales abrazos.
Mientras los invitados al ágape seguían llegando yo me extravié en mis polvorientos recuerdos. Hace siglos sólo éramos tres o cuatro villanos levantiscos. ¿Quiénes formamos el primer frente de resistencia en estos lares? ¡Pero qué mala memoria la mía, cuánta ingratitud con los guerreros caídos en acción! ¿Qué será de los otros que desertaron porque yo mismo los combatí en rivalidades intestinas? Oh, cuántas testas coronadas rodaron en mis secretas guillotinas.
Se anunció el primer número musical. Una loca engalanada con traje regional nos obsequió tres zapateados a capela. El caballero que imitaba a Lucha Villa se llevó los aplausos a pesar de la carencia de altavoces, alguien olvidó traer los aparatos. Esto suele suceder cuando se delegan estratégicas responsabilidades en puros ineptos. Se los digo yo que destruí prometedoras carreras subversivas por detalles mucho más insignificantes. La historia es así de despiadada.
Hallé sitio en una silla destripada para dedicarme a observar y abanicarme los mosquitos. Un amanerado Miguel Hidalgo reparó en mi presencia. Me saludó con serviles aspavientos, así me colocó en el pedestal donde moran los próceres inmortales. Me sentí amenazado. Si me descuidaba, mi esqueleto acabaría en un vitral orlado con fistoles tricolores. Ya veía mi calavera paseando por calzadas y escuelitas rurales.
Ese es el riesgo de los supervivientes a largo plazo. Las terapias antivirales lo dejan a uno convertido en modelo inhabitable, efigie cacariza de una gesta infame, cagado monumento nacional. Alguien interrumpió al solemne intruso poniendo en mi mano una cerveza con un plato rebosado de tamales. Un mancebo de hermosas proporciones y bigotes a lo Zapata me escoltó hasta el balcón de las arengas. Agité la bandera del Arcoiris y despaché en el acto mi desconsolado grito de libertad.
S U B I R
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