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Praga suena en un reloj
Y bueno, ahí está una vez más la ingenuidad del viajero: preconcebir, prefigurar, imaginar el futuro… Nada que pueda ayudarle cuando llega a Praga, República Checa, y se entrega a conocer los sonidos de una supuesta gran ciudad. Nada que sirva porque la voz que hallará estará socavada por su propio pasado que de tan grande le impide avanzar. Tierra de Dvorak y Smetana, casa de numerosos festivales e instituciones renombradas: lo que regala cotidianamente a los oídos melómanos está lejos de lo que éstos esperan aunque, es verdad, tampoco llega a defraudarlos por completo. Dato importante: hablamos del casco antiguo del lugar, ése que mantiene económicamente a buena parte del país por situarse entre los veinte destinos preferidos del turista global.
Ciudad de los “museos”, Praga logra mantener su soberbio refinamiento a dos metros por encima de la acera, arriba de incontables y horribles tiendas de recuerdos y casetas de cambio; donde desaparecidos arquitectos todavía presumen su impresionante huella; donde las chucherías de “bohemia” y las marionetas del Futbol Club Barcelona no pueden escalar para terminar de dar al traste con todo; donde el hip hop y el merengue de las preciosas dependientas pierden fuerza; donde miles de turistas soslayan gárgolas incomprensibles con tal de llegar primero a una de las engañosas exhibiciones de Alfons Mucha o Franz Kafka, comercializados hasta la náusea, para luego dar un paseo en bote con un grupo de jazz ultra light y decenas de podólogos estadunidenses retirados.
Por otro lado, pasan cosas como ésta: en la pequeña iglesia de San Nicolás, cuya esquina oeste colinda con la real casa de nacimiento de Kafka, se anuncia un concierto: Bach, Händel y Purcell interpretados por un trío de órgano y dos trompetas. Con asientos para cien personas, más otras cien sillas en pasillos y fondo, su altar e imágenes son pura decoración para el turista que se siente afortunado. ¡La Toccata y fuga en Re menor! Y claro, no sabe o no quiere saber que el mismo repertorio se presenta la mitad del año, un día sí y un día no, y que en numerosas iglesias, museos, galerías y clubes pasa lo mismo, pues ante una población eternamente flotante la oferta cultural no necesita cambiar, evolucionar o transformarse.
Compitiendo con San Nicolás, la iglesia de San Salvador ofrece las Cuatro estaciones, de Vivaldi, atendiendo al barroco de sus interiores, presumiendo en su publicidad callejera a la organista Marie Nováková y al grupo de cámara Pragensis, con algunos miembros de la filarmónica, lo que no dudamos tras una matemática sencilla que arroja ganancias de hasta 25 mil pesos diarios en taquilla, sin contar venta de discos.
Así las cosas, aún incrédulo ante los signos del cinismo, pensará en otras posibilidades: ¿qué tal un espectáculo de ópera con marionetas? Encontrará entonces Don Giovanni con anuncios que en todos los idiomas rezan: “Un show con corazón, una historia arrobadora, el regalo de Mozart a Praga, un souvenir inolvidable con más de 2 mil 500 representaciones.” Y claro, si dan dos funciones diarias llueve, truene o relampaguee, sabiendo que nunca dejarán de llegar los camiones con japoneses, estadunidenses, franceses y españoles que también llenarán las butacas de las cuatro o cinco compañías que se hacen llamar “el verdadero Teatro Negro de Praga”.
Derrotado, el viajero sabe que deberá hurgar a fondo para encontrar la honestidad de Praga. Ejemplo sería el taller de marionetas de Truhlár, bajo el puente de Carlos iv, pero su precio es exorbitante. Pero, ¿lo vale? Todo es parte del mismo juego; finalmente todos se comportan de la misma estúpida manera, pero con distintos sentidos de la geometría.
Entonces todo volverá al inicio, en la estación de trenes, con dos opciones posibles ante la pregunta ¿a qué suena Praga?: a) muy bien, en varias de las iglesias y museos de la ciudad ofrecen conciertos todos los días del año, con buenos músicos y repertorios; o b) muy mal, con tal de satisfacer al turismo de “pisa y corre” y hacer negocio, muchas iglesias y museos ofrecen los mismos conciertos en un afán mercenario y falto de dignidad. ¿Cuál será la conclusión? Seguro la que vive en los mecanismos de aquel reloj astronómico en la plaza del ayuntamiento que cada hora, de nueve a nueve, lucha contra la muerte y el silencio en forma precisa, preciosa y digna. He ahí la mejor música de Praga un día cualquiera de nuestra era; la del metal y las piedras: el tiempo.
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