Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Los testigos declararon
ORLANDO ORTÍZ
Tres poemas
SARANDOS PAVLEAS
Berlín, ciudad abierta
ESTHER ANDRADI
La calle era una fiesta
YURI GÁRATE
Ossis, Wessis y döner kebab
CUINI AMELIO ORTIZ
La ciudad que más cerca queda de Berlín
LUIS FAYAD
Todo pasaba tan rápido
LUIS PULIDO RITTER
Hombre mirando al este
MARIO VÁZQUEZ
9/XI/1989: Berlín se me hizo cuento
RICARDO BADA
Lo Increible había pasado
TELMA SAVIETTO
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Ossis, Wessis y döner kebab
Cuini Amelio Ortiz*
Muchos salieron entre aplausos y vivas.
Fotos: Mario Vázquez V. El Che |
Estaba en la cocina preparando la cena cuando escuché las exclamaciones que provenían del living. Mi marido estaba viendo televisión y acababan de dar la noticia de que a partir de ese momento el Muro quedaba abierto... ¿El Muro? ¿Abierto? “¡Escuchaste mal!”, fue mi respuesta, pero a los pocos instantes otra información por el estilo aparecía en la pantalla, y entonces hicimos lo que nos negábamos a hacer siempre: ¡cenamos frente a la tele! No lo podíamos creer: sacábamos todo tipo de conjeturas pero sin tener todavía real conciencia de lo que estaba sucediendo.
Vivo en Berlín desde principio de los años ochenta. Siempre en el mismo barrio, en Kreuzberg, en lo que era Berlín Occidental. Es muy difícil hoy explicar lo que significaba vivir en esa ciudad. Era la capital de la vida alternativa. Uno podía vivir bien sin demasiado dinero y haciendo lo que le daba la gana, porque esa era la actitud de los berlineses occidentales: “Hacer lo que a uno le de la gana.” Se vivía en una ciudad amurallada. Estábamos situados en el corazón de otro país. Un país socialista, cuyos habitantes sólo podían viajar a otros países socialistas y por lo tanto no podían entrar en “nuestro” Berlín. Nosotros en cambio sí íbamos a Berlín Oriental, tomábamos un metro que nos dejaba en la frontera, donde hacíamos aduana, debíamos cambiar 25 marcos por día de estadía y con eso comprábamos libros, íbamos a conciertos y restaurantes, y volvíamos por el mismo metro, generalmente en estado de avanzada borrachera.
Aquella noche del 9 de noviembre cambió la historia: la ciudad era una fiesta interminable de gente que se saludaba, brindaba y reía por la calle. Encontramos a dos amigos, Bootsi y Norbert, dos artistas que trabajaban con nosotros y que eran alemanes del este. Habían abandonado la RDA y vivían en Berlín, sabiendo que no podían regresar al sitio donde habían nacido. Recuerdo que ese encuentro fue decisivo para mí. Al ver la emoción y la esperanza en sus rostros me contagié definitivamente de la euforia del momento.
Era divertido ver a los ciudadanos del “otro lado” hacer prolijamente cola en los stands de venta de döner kebab (especialidad turca, típica de Berlín Occidental) y los “turcos occidentales” dando la bienvenida, con cada döner kebab que vendían, a los ciudadanos del este, quienes los miraban con una mezcla de curiosidad y recelo, pero sin poder resistir al aroma de la carne y el pan caliente.
Poco después la gente comenzó a quitar pedazos de muro con picos –y mi hijo también. En enero fui a Argentina con seis kilos del Muro para repartir. En el aeropuerto el empleado abrió el bolso y me miró con esa expresión de severa sospecha que tienen estos señores en las aduanas. Le expliqué que se trataba de pedazos originales del Muro de Berlín que había sacado mi hijo con sus propias manos, ya que mi madre se lo había pedido expresamente. El tipo sonrió debajo de sus bigotes y, en su mejor tono porteño, me dijo: “Pase nomás, pero ¿no me regalaría un pedacito? El más chiquito!”.
*Cineasta argentina
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