Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
De la Edad de Oro a las utopías modernas
MANUEL DURÁN
Sentir lo que otros sienten
ULRIKE PRINZ entrevista con CRISTINA PERI ROSSI
El Museo de Antropología e Historia a revisión
DULCE Ma. LÓPEZ
El tercero
JAVIER SICILIA
Joaquín y Ramón Xirau, hombres en tiempos oscuros
ADRIANA DEL MORAL
Ramón Xirau, ¿poeta o filósofo?
RAÚL OLVERA MIJARES
Ian McEwan: la suma de nuestras emociones
JORGE GUDIÑO
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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Paso a Retirarme
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Artes Visuales
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Peliculeando en Guadalajara (III Y ÚLTIMA)
El muy joven Gerardo Naranjo se hizo de inmediato reconocimiento internacional gracias a Drama/Mex (2006), ópera prima con la que demostró a suficiencia cualidades que en este 2009 refrenda con Voy a explotar, cinta que Muchagente daba por hecho se llevaría el Mayahuel al mejor largo de ficción, premio que a final de cuentas no obtuvo, aunque sí se llevó –y con ello armóse un relajo del que este juntapalabras ignora el epílogo, si lo hay-- el premio “a la mejor ópera prima”, lo cual debió ser imposible puesto que Voy a explotar no es el primer largo dirigido por Naranjo. La cosa se puso peor cuando Alguien quiso zanjar el asunto diciendo que el premio era “para primera o segunda películas”, porque resulta que ésta de Naranjo es su tercera... Premios de soslayo, nada en términos formales y poco en términos narrativos le duele a esta historia cerrada en sí misma como cerrados están, de cara a sí mismos también, sus protagonistas: hombre y mujer mucho muy adolescentes que se descubren capaces de reconocerse en el desparpajo, la irreverencia y el sentimiento de no ser comprendidos que recorre la breve historia y la igualmente breve capacidad de reflexión del otro, ése/ésa que acepta llevar a cabo una fuga que no lo es, paradoja a un tiempo sutil y palmaria de dos que, para el escape, para el ocultamiento, se convierten a sí mismos en algo así como la carta del cuento de Poe. Sin mayor abundamiento, lástima de final para una película que, rematada de modo menos lugarcomunesco, habría ganado muchísimo.

Escena de Corazón del tiempo |
Transcurrieron nada menos que dieciocho años para que Alberto Cortés presentara un nuevo largometraje de ficción, luego de su estupenda Ciudad de ciegos (1991); saludable retorno en el cual contó con la colaboración de Hermann Bellinghausen como guionista, para realizar Corazón del tiempo (2009), historia cuyo protagonista más importante no es la joven mujer enamorada, ni el destinatario de esos amores, ni el tercero en disputa contrariado, sino la comunidad en la que los tres viven y conviven, es decir, un territorio zapatista autónomo en la selva chiapaneca. El triángulo amoroso va de su punto A a su punto B sin mayores sobresaltos ni sorpresas, mientras lo que subyace o da marco a la historia va poco a poco volviéndose la verdadera miga del filme, y entonces la tensión y las provocaciones versus el ejército regular, la lucha por dotarse de electricidad, las reglas, las tradiciones socioculturales, el honor y el acatamiento de la propia voluntad de quienes han decidido regirse por reglas colectivamente instauradas, más un etcétera que no excluye, sino todo lo contrario, la belleza, la alegría y la ternura, como lo manifiesta en grado notable una relación abuela-hija que va punteando la trama, del mismo modo como lo hace la inclusión de las canciones cuya letra apoya, refuerza y amplifica los alcances de la historia que se cuenta en este Corazón del tiempo. Al respecto, cabe deplorar un trabajo de edición carente de la malicia que hacía falta para que el filme no pareciera una mera cuadrícula estructural.
EN EL TINTERO
Tanto de las mencionadas como de las restantes –la ganadora del premio principal Viaje redondo, El árbol, Marea de arena, Amor en fin, Otro tipo de música, La última y nos vamos, Naco es chido, Crónicas chilangas, Oveja negra, Bala mordida y Caja negra– se hablará aquí en otra oportunidad, preferentemente cuando debuten en cartelera comercial. Para no variar, es poco menos que un hecho que varias permanecerán enlatadas demasiado tiempo si no es que para siempre, como de seguro y por desgracia le sucederá a la casi totalidad de los largometrajes documentales exhibidos en este FICG, de los cuales destaca Los herederos (2008), segundo trabajo de Eugenio Polgovsky, reciente ganador de un Ariel –ah, qué premio tan cuestionado, (mal)traído y (mal)llevado por una Academia cinematográfica mexicana que sigue sin atinarle por lo menos a la franqueza–, que en Guadalajara sucumbió a manos de Los que se quedan (2008), nueva muestra de la solvencia y el estilo documentalista de Juan Carlos Rulfo. Cada una en un ámbito propio, ambas realizaciones enfocan y registran, sin la intervención directa o evidente del director, el estado social y económico de las cosas en el interior de la república, el primero abordando el esclavizante trabajo infantil en el campo, el segundo retratando la realidad de aquellos que dependen del familiar que se fue al otro lado en busca de la supervivencia propia y de su clan.
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