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Hugo Gutiérrez Vega
LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA MASA DE
CONSUMIDORES DE INFORMACIÓN (II DE VIII)
Algunos sociólogos estadunidenses siguen partiendo de los conceptos propios del iluminismo para explicar su teoría de la opinión pública. “Cipayos” de la racionalidad tecnocrática, insisten en la idea de que la sociedad está organizada de tal manera que permite el libre juego de las opiniones de los ciudadanos, el debate irrestricto sobre cuestiones que afectan al todo social, y el respeto, por parte de la autoridad pública, de todas las opiniones y puntos de vista de los individuos. Sin hacer mención, por el momento, de la crítica que del pensamiento iluminista hizo el marxismo, podemos encontrar muy fácilmente la debilidad que el liberalismo muestra en el actual momento histórico. En primer lugar es necesario señalar que el dirigismo, la programación vertical, la manipulación de la información, el control de los medios por la ideología de la clase dominante, la existencia de monopolios que buscan la automatización de sus sistemas transmisores y los cada día más perfeccionados métodos subliminales, impiden que la opinión de la sociedad contemporánea transcurra por los caminos de la libre crítica y que se manifieste a través del entusiasta asambleísmo que caracterizó los primeros años de la Revolución francesa.
El iluminismo, al superar históricamente la vieja estructura feudal, oscurantista y basada, de una manera exclusiva, en la conservación de los privilegios de la clase aristocrática, abrió las puertas a un nuevo tipo de sociedad: la burguesa. Asimismo, propició la elaboración de los nuevos conceptos en torno al hombre y al Estado.
Al concebir al hombre como un ser racional ampliamente capacitado para llegar por sí mismo a la verdad en el orden político y social, se preocupó por garantizar el respeto a las formas del debate público y por afirmar la idea de que, a través de ese debate, se encontraría la verdad, que en la etapa oscurantista era un coto de caza reservado a la revelación o la autoridad real.
Sin embargo, muy pronto la clase burguesa se convirtió en elaboradora de la ideología dominante y descubrió las más variadas tácticas para manipular la opinión pública. Sabía que de este dependía, en gran parte, el aseguramiento de los términos de su dominación. En la superficie, la burguesía conservó el programa iluminista que, muy pronto, se convirtió en un esqueleto cubierto con las galas brillantes de la retórica más pomposa. Las frases “libertad de crítica”, “libertad de expresión”, etcétera, se vieron desprovistas de su significado auténtico, y el aparato estatal de la burguesía encontró la manera de evitar que la opinión pública mantuviera el papel eminente que ocupó en los primeros años del iluminismo.
(Continuará)
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