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De la Edad de Oro a las utopías modernas
MANUEL DURÁN
Sentir lo que otros sienten
ULRIKE PRINZ entrevista con CRISTINA PERI ROSSI
El Museo de Antropología e Historia a revisión
DULCE Ma. LÓPEZ
El tercero
JAVIER SICILIA
Joaquín y Ramón Xirau, hombres en tiempos oscuros
ADRIANA DEL MORAL
Ramón Xirau, ¿poeta o filósofo?
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Ian McEwan: la suma de nuestras emociones
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De la Edad de Oro a las utopías modernas
Manuel Durán

Platón, cuyo nombre verdadero era Aristocles Podros |
Algunos creen que al extenderse el uso de la
agricultura a fines del período neolítico,
las sociedades humanas conocieron un
período de relativa prosperidad y creciente
bienestar, que terminó cuando la creación de los
primeros im perios, los llamados “imperios hidráulicos”
en las orillas del Éufrates y el Tigris en Mesopotamia,
y del Nilo en Egipto, determinó una
creciente es tratificación social, con inmensas diferencias
entre ricos y pobres, y un aumento en el
número de es clavos, así como violentas guerras de
conquista entre los imperios y los países vecinos: la
felicidad se evaporó a poco de aparecer.
La elaboración de una utopía suele basarse en
una actitud crítica frente al presente histórico
en que vivimos. Algo grande se ha perdido y debe
ser restaurado. Es posible imaginar, y así ocurre entre
muchos griegos, que la Historia regresa, que hay
ciclos en que en efecto podemos volver al pasado;
la Edad de Oro no se ha perdido para siempre. Entre
otros, el historiador griego Polibio preconiza
una visión cíclica, circular, de la historia humana.
Todo se repite. Los regímenes políticos, monarquías, dictaduras, democracias, se desgastan y
volverán a surgir.
Es posible, pues, imaginar una resurrección de
la Edad de Oro. Esto ocurre, en efecto, dos veces:
en la Roma de Augusto, Mecenas y Virgilio, y también,
siglos más tarde, en la Italia y la Europa del
Renacimiento. Incluso cuando las ideas de una
posible utopía no se convierten en una realidad
plena su influencia en la sociedad y la cultura es
innegable. Así ocurre en la Roma imperial.
Los romanos contemporáneos de Virgilio habían
vivido una época caótica de guerras civiles y una
existencia urbana no menos caótica en la ciudad de
Roma, y Augusto trata de crear una pausa, proponiendo
la vida sencilla y sana de los campesinos y
los pastores como antídoto a la vida de las ciudades
y de las intrigas políticas; el gran poeta Virgilio
es el encargado de esta difícil tarea, y en sus Églogas y geórgicas describe la vida de los pastores, sus amores
y sus penas, así como las tareas cotidianas de la
vida campestre. Un ambiente de paz y de serenidad
permea los poemas virgilianos, que encontrarán un
eco siglos más tarde, durante el Renacimiento: recordemos,
en España, las Églogas, de Garcilaso, la
novela pastoril, la Vida retirada, de Fray Luis de
León, entre mil otros ejemplos, que es posible también
encontrar en otras culturas. El regreso a una
vida sencilla y serena, en contacto constante con
la Naturaleza, es proclamado como anuncio de una
superación de la vida mediocre y llena de intrigas
de las ciudades, y sobre todo de Roma. El ideal será
vivir en una “villa romana”, autosuficiente y abundante
en riquezas agrícolas, y aunque estas comunidades
agrícolas en efecto nacieron, y sus casas
centrales ostentaban un lujo muy atractivo (y fueron
copiadas en los siglos XVII y XVIII por grandes
arquitectos, como Palladio, en los territorios de Venecia)
la nueva utopía no acaba de nacer. Los propietarios
de estas villas viven rodeados de esclavos,
que no participan en la experiencia sublime
anunciada por Virgilio. Si la ciudad utópica exige
igualdad de bienes y responsabilidad común, el
modelo propuesto no funciona, aunque su mera
formulación ha hecho surgir creaciones literarias
muy notables y poemas memorables. Desde el siglo
XVI hasta fines del XVIII la moda pastoril triunfa
en literatura, en arte (recordemos el cuadro de
Poussin, Et in Arcadia ego, entre muchos otros ejemplos),
en música (numerosas óperas, Il Pastor Fido,
La Finta Giardiniera), incluso en arquitectura (el Pequeño
Trianón, contrapuesto al enorme Palacio de
Versalles). Incluso cuando no puede funcionar del
todo, la idea de una posible utopía en que nos fundimos
con el mundo natural y reconquistamos una
antigua unidad perdida inspira poderosamente la
cultura occidental.
Así, la utopía imaginada por Platón en su República parte del deseo de precisar lo que es la justicia
en una sociedad en que un sofista que dialoga con
Sócrates propone que la justicia es simplemente la
ventaja de los que son más poderosos, más fuertes. No, dice Sócrates, y para refutar al sofista procede
a imaginar una ciudad perfecta en la que reinará la
justicia. Describe una especie de comunismo filosófico
en que una clase superior, los Guardianes,
exentos de propiedades privadas, se ocupan solamente
de dar ejemplo de virtud y altruismo, y de
ayudar a los demás a ejercer las actividades que son
necesarias para el bien común. Es una ciudad que
se parece más a Esparta que a Atenas, a la vez jerárquica
y comunitaria, y las ideas de Platón han
ejercido influencia esporádica, pero real, a través
de los siglos. De algún modo nos llegan unidas a
otro mito, el mito de Atlantis, la ciudad grande y
próspera más allá del Estrecho de Gibraltar, que
desapareció sin dejar huella alguna de su existencia,
tal como lo cuenta Platón (que a su vez lo
aprendió de Solón, y éste de un sacerdote egipcio
cuyo nombre se ha borrado de la historia).
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