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Felipe Garrido
Condena
Entrarás empujado por otros, con la angustia de no quedarse en el andén, cuando las puertas ya se cierren, y buscarás de dónde asirte, proyectado hacia atrás por la sacudida del ponerse en marcha y sólo después, cuando los vagones tomen el paso regular con que transitan bajo tierra, podrás mirar hacia los lados. Verás, como todas las noches, los cuerpos doblados por la fatiga, las cabezas que duermen, las barbillas clavadas en los pechos. Apoyadas en la puerta de enfrente, dos muchachas irán abrazadas; de vez en cuando se besarán. Una de ellas te retará con la mirada. Solamente después, mucho tiempo después, te darás cuenta de que nadie habla. Un hombre joven y fuerte, un obrero que llevará una mochila con herramienta, moverá en silencio la boca, como si comiera algo, como si rezara entre dientes. Sólo después, mucho tiempo después, cuando habrán pasado dos o tres paradas que no habrás visto nunca, te darás cuenta de que nunca volverás a salir. |