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Ilija Trojanow es autor de El coleccionista de mundos –recientemente traducido al español y publicado por Tusquets– libro que ha vendido ya más de cuatrocientos mil ejemplares en Alemania desde que fue elegido como la mejor novela de 2006 y galardonada con el premio de la Feria del Libro de Leipzig. Siete años necesitó para escribir la biografía novelada de Sir Richard Burton, famoso explorador inglés del siglo xix , narrada desde diferentes puntos de vista, también por el africano que guía la expedición. Una acrobacia de la mirada y un desafío del lenguaje sólo posible para alguien como Trojanow, que habla cinco idiomas y cuya infancia y juventud transcurrió en Kenia e India. Nacido en Sofía, Bulgaria, en 1965, Trojanow huyó de su país con su familia en 1971 a través de la ex Yugoslavia, primero a Italia y después a Alemania, donde comenzó su escolaridad. Más tarde, la familia se trasladó a Kenia y a India y, en 1989, Trojanow regresó a Alemania, donde reside desde entonces. Reconocido con numerosos galardones literarios, Trojanow escribe poemas en inglés, pero ha elegido el alemán para su narrativa. – ¿Cómo fue que se decidió por escribir en alemán? – Siempre escribí prosa en alemán. Descubrí muy pronto que es un idioma tan versátil, absolutamente fenomenal, con el que se puede hacer de todo. Puede funcionar como frío, seco, pedante, pero también puede ser cálido, sensual, irónico, pleno de humor. – Desde hace más o menos un año usted está siempre viajando, ¿dónde escribe? – Puedo escribir en cualquier parte, pero cuando se trata de textos más grandes con una compleja estructura, entonces necesito un lugar. Para El coleccionista de mundos, por ejemplo, viví dos años en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Pero mientras nacen las ideas, cuando recojo información, hago notas, bocetos, viajo con mucho gusto. En primer lugar, porque mi literatura vive fundamentalmente de la investigación; toda mi energía radica en la obsesión de querer saber exactamente cómo son las cosas, y recién en el momento en que tengo la sensación de conocerlas puedo imaginarlas. El motor de la fantasía funciona cuando tengo bases muy sólidas. Mientras estoy en movimiento tengo la impresión de que también la imaginación se mueve, pero además a mí se me ocurren muchísimas cosas mientras viajo, cuando camino, cuando estoy en el tren, y como soy muy curioso, aun cuando a veces me canso, mi actitud original es estar despierto, atento. – ¿Qué es lo que lo cansa? – Cuando se viaja mucho hay momentos de cansancio, de agotamiento, a veces tengo nostalgias del monasterio, pero si me permito tres semanas de tranquilidad en un mismo lugar comienzo a estar inquieto. – ¿De dónde viene eso, de su pasado, de su historia? – No lo sé. Nunca me pregunté por qué soy como soy. Mi yo literario me parece poco interesante; me veo como un instrumento para tratar de entender el mundo, pero la introspección no es lo mío; me interesa todo lo que está fuera de mí. – ¿Cómo hace para ponerse en la piel de los demás? ¿Tiene un método, una técnica especial? – Es una sensibilidad que no puedo definir como una estrategia, una actitud que constato según la reacción de las personas y que tiene que ver con la enfática curiosidad. Es muy simple entablar relación con el otro, cuando uno tiene la actitud correcta, pero no es algo que programo. En India desde el primer día me sentí bien, en África igualmente, en América Latina no tengo la experiencia. Hay que escuchar atentamente, tomar nota, volver a preguntar, nunca partir del hecho de que se ha comprendido; el proyecto de “entender” nunca termina. Muchos autores, después de una aclaración, creen que ya han comprendido. En mi caso, haber crecido en un mundo con mucha diversidad y con diferentes idiomas, cada uno con sus construcciones propias, hace que me plantee una multiplicidad de perspectivas. Toda percepción está condicionada por un idioma, por lo socioeconómico. Si se toma un habitante de Zurich y se le lleva a un barrio marginal, él verá pobreza, chozas, carencias, etcétera, pero alguien del barrio ve que el vecino construyó un nuevo piso, que el otro se compró un televisor, que tal o cual consiguió trabajo fijo. Dentro de esa homogeneidad de miseria, él verá una impresionante variación de fracasos, ascenso social, catástrofes. – ¿Quiénes son sus maestros? – Como mucha gente de mi generación, crecí con el boom de la literatura latinoamericana. Tenía dieciséis años cuando llegó la traducción de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez al alemán, dieciocho cuando descubrí a Cortázar, leyendo Rayuela. Carlos Fuentes estuvo el año pasado en la Academia de Las Artes de Berlín y habló de la literatura del mestizaje, de una diversidad vivida, y es por eso que se produce una identificación. Lo mismo pasa con la literatura de India. – ¿En qué momento supo que en la vida de Sir Richard Burton había una novela que usted quería escribir? – En el primer momento es el interés por una personalidad contradictoria, que a lo largo de su vida conoce personas tan diferentes. Después viene mi experiencia de lector joven en Kenia, que me admiraba e irritaba que en todas las novelas de los europeos acerca de África, los africanos estaban siempre en segundo plano, nunca eran protagonistas. Una novela postcolonial debía dar voz a ese pueblo enmudecido, tenía que poner en las manos de los mismos africanos su historia. Comencé a investigar y encontré a un africano, un ex esclavo que había guiado las más importantes expediciones, una figura sumamente significativa. Pero como era africano, no se le nombraba mucho. – Y ese hombre va a contar la historia... – Sí, pero ¿cómo iba a hablar este personaje? Al principio era una mezcla de alemán e inglés, pero eso no funcionaba porque en la tradición alemana, quien no habla gramaticalmente bien pierde el respeto de su interlocutor, y entonces decidí que debía hablar correctamente alemán, pero su forma de construir palabras tenía que ser muy personal, inusual, para provocar ese distanciamiento que produce una forma diferente de ver las cosas. |