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Distorsiones y rezagos (II de IV)
Producida en 2006 y exhibida entonces en el Festival de Guadalajara, a Mujer alabastrina parece que le tocó en suerte haber nacido con el propósito único de demostrar a sus creadores que, si se lo proponían, eran capaces de terminar una película.
La perpetración de este filme se debe a Elisa Salinas y Rafael Gutiérrez, que en los créditos aparecen, en el mismo orden, en calidad de directores. Durante una década, Salinas fungió como vicepresidente de producción en TV Azteca y, como tal, fue productora general de una cifra indeterminada de telenovelas. Previo a Mujer alabastrina, su currículum sostiene que “incursionó” en la producción de Al otro lado y Desierto adentro, así como –imagínese usted-- las versiones estadunidenses (sic) de El segundo aire y Amar te duele. Gutiérrez cojea del mismo pie, puesto que ha sido productor y director telenovelero en la misma TV Azteca.
Si bien es cierto que infinidad de cineastas han tenido más de una vez que ganarse los bolillos haciendo churros para la pantalla chica, en la mayoría de los casos tal necesidad no les ha baldado la pupila ni estropeado los bártulos. En el caso de Salinas y Gutiérrez, recorredores inversos del camino, ni siquiera la ventaja de tener un guión de-a-deveras –lo escribió Vicente Leñero, basado en una novela no se sabe si homónima de Víctor Bartolí--, ni el hecho de haber contado con un editor más que solvente como lo es Roberto Bolado, consiguieron impedir que esta Mujer alabastrina diera el ancho perfecto para justificar una de las frases más lapidarias que pueden espetarse en el medio cinematográfico, a saber, que aquello más bien parece un capítulo de telenovela demasiado largo, con la muy negativa e insacudible carga que tal atributo conlleva.
Escena de Mujer alabastrina |
Lástima de reparto, entre otros elementos a deplorar, ya que tampoco en este renglón falta el talento, comenzando por Ofelia Medina –eso sí, en un papel marginal--, pasando por Rafael Inclán y concluyendo con Dolores Heredia, una de las tres mujeres estelares. Por guiños a la taquilla tampoco para la cosa, pues encarnando al personaje preponderante del trío femenino protagónico figura Ana Claudia Talancón, que si bien no se apellida Hayek, sí compite satisfactoriamente con Serradillas, Higaredas y cualquier otra de las cada vez más abundantes medianías que tanto –casi todo-- le deben al empaque.
Como haciéndole honor al refrán de que quien mucho abarca poco aprieta, en Mujer alabastrina fue metida con calzador una sobreabundancia temática que, inevitablemente, rebalsa los límites definitivamente estrechos de un par de realizadores habituados a bordar sus telas con una puntada de tremendismo seguida por tres o cuatro de franca paja. En una hora cuarenta minutos durante los cuales Uno aguarda, cada vez con mayor impaciencia, que por ahí se asome siquiera una secuencia bien concluida, se atestiguan tres historias tres, de igual número de obreras en una maquiladora en la frontera norte del país, a quienes se les hace vivir toda suerte de infortunios supuestamente inherentes a su condición: de mujeres, de obreras y de fronterizas. No falta el acoso sexual en la fábrica, a cargo de un jefe inmediato babeante de lujuria pésimamente actuada; ni faltan el despido correspondiente y el desempleo, el embarazo indeseado, el machismo ramplón de trazos gordísimos; ni fueron excluidos el agente policíaco embustero, golpeador y corrupto; ni por supuesto la escena de los trancazos y el rodar por el suelo de la pobrecita engatusada; ni se evitó caer en la tentación de ofrecer hipótesis light de por qué aparecen mujeres asesinadas en desiertos, lotes baldíos y basureros en aquellas regiones fronterizas, ni…
Pero no crea usted que se traiciona la querencia por las tablas telenoveleras. Si con lo anterior pensó que, vista en conjunto, Mujer alabastrina representaba una visión de pesimismo realista en torno a la condición femenina de la clase obrera en un lugar y un tiempo específicos, es que no conoce las posibilidades de un capítulo sin cortes comerciales. Por más infortunios que puedan sufrir, y por más que las vivencias que estas tres mujeres son obligadas a experimentar constituyen auténticos autogoles en la portería de un feminismo (mal) entendido como la obligación y el derecho de ser felices así nomás porque sí, resulta que al final es posible eso precisamente: ser felices así nomás porque sí.
No sería raro que un desalentador cotejo de prueba con un público limitado y previamente seleccionado –se le conoce como test screening–, haya sido la causa de que este filme de injustificado título siga engrosando la lista de rezagos fílmicos mexicanos.
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