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El verdadero humor es cosa seria
Rodolfo Alonso
Aunque ya se avecinaba la catástrofe, esa segunda guerra mundial que iba a aniquilarla como civilización, durante 1939 lo mejor de la inteligencia europea continuaba fascinada por el legítimo resplandor subversivo con que el movimiento surrealista la había conmovido, más que profundamente, desde mediados de la década de los veinte. Inspirados por la alta divisa de Rimbaud: “cambiar la vida”, los surrealistas habían emprendido, no sólo en el arte sino en todos los dominios de lo humano, una empresa que imaginaban ampliamente revolucionaria, demoledora de todo lo anquilosado, momificado y congelado, y dispuesta inclusive a obtener “una nueva Declaración de los Derechos del Hombre”.

Breton en un collage de época |
Fue en ese mismo –fatídico– año de 1939 que André Breton, quien había asumido las funciones de conductor del surrealismo, publica la primera edición de un libro que se volvería justamente célebre, su Anthologie de l'humour noir. Y, al hacerlo, no sólo recuperaba una muy digna tradición sanamente insolente y saludablemente desacralizadora, sino que acuñaba y ponía a circular en el dominio público un concepto que sin duda haría escuela: el de “humor negro”. A partir de entonces, la idea del humor no volvió nunca a ser la misma. Algo que ya estaba vivo, latente en los grandes maestros irreverentes del pasado, y que acaso había permanecido oculto precisamente por su irónica y liberadora utilización del doble sentido, volvía a encarnarse con fuerza y se constituía en una energía regeneradora e insumisa, altiva y humanísima.
Desde entonces sabemos lo que antes intuíamos: que el humor es la manifestación más alta del espíritu, una invaluable herramienta de expresión, pero también, al mismo tiempo, inescindiblemente, un arma para la libertad del hombre. Ese mismo hombre, que incluso antropológicamente había llegado a ser denominado alguna vez (no sin justicia) “el animal que ríe”, sabía ahora que no puede llamarse, que no merece denominarse humor a aquello que se nos presenta como banal, superficial, conformista, demagógico, ramplón, sometido y, en suma, intrascendente. Como quería Breton, como bien sabían Swift, Bierce y Jarry, por citar sólo a algunos, el verdadero humor siempre será insurgente, revelador, deletéreo, nunca complaciente. Ni siquiera consigo mismo.
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