Margo Glantz
Más huesos en el desierto
En uno de los epígrafes del libro de Sergio González Rodríguez Huesos en el desierto, dos personajes de El caballero y la muerte, de Leonardo Sciascia, entablan un diálogo:
''-De modo que cabe sospechar que existe una Constitución no escrita cuyo primer artículo rezaría: la seguridad del poder se basa en la inseguridad de los ciudadanos.
''-De todos los ciudadanos: incluidos los que, al difundir la inseguridad, se creen seguros..."
Y efectivamente -y por desgracia- cada día que pasa esa aseveración se comprueba con mayor contundencia: los asesinatos de mujeres que han venido ocurriendo de manera sistemática desde hace más de 10 años en Ciudad Juárez, narrados y denunciados con gran sobriedad y eficacia por González Rodríguez, siguen produciéndose con la misma regularidad y la misma indiferencia de las autoridades municipales, estatales y federales. ƑNo ha declarado hace unos pocos días uno de los más altos jefes de esas corporaciones policiacas -con el cargo de comandante de la Policía Judicial del estado, desde hace más o menos 20 días- que ''las mujeres en Ciudad Juárez no corren peligro, siempre y cuando tomen las medidas de precaución necesarias ya que actualmente son muy confianzudas. Deben siempre acompañarse por un familiar mayor de edad, sobre todo durante la noche, y denunciar cualquier anomalía (Milenio, 23/02/03)".
Subrayo la flagrancia del adjetivo ''confianzudas" y señalo que la verdadera anomalía no es solamente denunciar cualquier hecho insólito -aunque este tipo de delitos no son de ninguna manera insólitos por desgracia: vuelvo a remitirme a la lectura del libro de Sergio-, sino el hecho de que en una sociedad en la que, según los encargados de vigilar el orden, ''no pasa nada", las mujeres tengan que circular custodiadas como si viviesen bajo estado de sitio, en realidad una confirmación oficial de que en Ciudad Juárez ya no existe el estado de derecho.
ƑSólo en Ciudad Juárez?, cabe plan-tearse la pregunta.
Abro el libro de Sergio y al azar leo esta frase: ''Aquí están las claves para comprender a fondo los homicidios. En este instante, quizá se consuma otro asesinato más de aquéllos". Lo verifico de inmediato, en efecto, con sólo abrir los periódicos y leer, como el pasado 20 de febrero en La Jornada: ''La niña Berenice Delgado Rodríguez, desaparecida el 10 de febrero cuando salió a comprar un refresco en una tienda cercana a su casa, fue localizada muerta este miércoles, con golpes en el cuerpo y lesiones de arma blanca". Las autoridades decidieron que este caso no es similar al de las otras muertas, por lo general adolescentes, según la descripción que del descubrimiento de tres cuerpos encontrados en el verano de 1995 hace Sergio González Rodríguez: ''...estaban semidesnudas. Boca abajo y estranguladas. Vestían ropa análoga: playera y pantalones vaqueros. Eran delgadas, de piel morena y cabellos largos". El comentario del entonces vocero de la Policía Judicial del Estado fue el siguiente -vuelvo a tomarlo del libro que comento-: reitera en versión especular la escandalosa respuesta del recientemente nombrado comandante de la Policía Judicial del Estado, respuesta tan sistemática en su cinismo como la reiterada identidad de las víctimas, aunque de repente aparezcan algunas que confirmen por su carácter excepcional el peso de la regla: ''-Alertamos a la comunidad para evitar que las mujeres transiten por lugares desconocidos o a oscuras. Que vayan acompañadas y de ser posible carguen un espray de gas lacrimógeno para defenderse".
Víctimas y funcionarios acaban siendo semejantes unos con otros: aparecen, desaparecen, reaparecen. Aunque los cuerpos y los nombres cambien, parecería que se trata de una cadena de relevos, en realidad de un mismo tipo de cuerpo reiterado, una especie de clonación infinita que reproduce las funciones que juegan en esta macabra tragedia los cuerpos: los de las mujeres, colocadas boca abajo para que no se les vea el rostro cuando las descubren; es decir, son todas solamente mujeres, cuerpos femeninos.
Por otra parte, los cuerpos de funcionarios policiacos que van siendo sustituidos en su criminal ineficacia por otros cuya ineptitud se reitera con las mismas palabras, son cuerpos diferentes con voces diferentes que acaban convirtiéndose en el mismo cuerpo y en la misma voz. Cito ahora las palabras que pronunció hace una semana el director general de policía; deletrean de manera semejante su cinismo: ''La seguridad de Ciudad Juárez está garantizada por mi dirección, y negar lo contrario provocaría una sicosis y la situación se agravaría aún más... Si corremos la voz de que hay peligro, los inversionistas y el turismo saldrían huyendo y eso sería como estarnos traicionando. No podemos ser tan extremistas, en Ciudad Juárez no pasa nada, para eso estoy yo (yo subrayo)''.
ƑEl paradigma de la víctima, el investigador policial y el verdugo?
No puedo menos que hacer asociaciones: el de un caso reciente de una niña nicaragüense de 9 años violada, contagiada de una enfermedad venérea y puesta encinta por un criminal, quien, enfrentada a las autoridades eclesiásticas, civiles y hospitalarias de su país, tuvo que soportar persecuciones y la prohibición de que se le practicara un aborto, y cuando por fin se logró hacer esa operación, tanto ella como sus padres, los médicos y las asociaciones feministas que la sostuvieron, enfrentan sanciones legales y hasta la pena de šexcomunión!
Los asesinos, los violadores y los funcionarios policiales, así como las más altas autoridades del país, manifiestan en su anonimato y en su indiferencia criminal el desprecio infinito que sienten por el cuerpo prescindible de la mujer, por la mujer, en suma.
''Todo en México semejaba ya una línea fronteriza'', escribe Sergio González Rodríguez en ese libro valiente, poderoso y definitivo: ''un tejido de poderes centrífugos que se reproducen a escala contra las normas y las instituciones. Un suspenso entre algo, la nada y las expoliaciones de pocos."