Soledad Loaeza
Sin salida
Desde la mañana del miércoles las agencias internacionales reportaban que la posición mexicana en el Consejo de Seguridad habría girado hacia el apoyo a la decisión de Washington de recurrir al uso de la fuerza para desarmar a Irak. También se hablaba de la definición del gobierno canadiense en el mismo sentido. Así, pues, la visita del primer ministro Jean Chrétien será solamente un intercambio de experiencias de cómo los dos vecinos más cercanos de Estados Unidos llegaron al mismo lugar, aunque el gobierno mexicano tomó bastante más desviaciones que el canadiense.
En su caso nadie supone que nos visita como personero de Bush, como le ocurrió a Aznar, probablemente porque Canadá se ha movido en esta crisis con una prudencia sabia y envidiable. Libre de las presiones del Consejo de Seguridad pudo mantenerse a la expectativa en los foros diplomáticos, e incluso diseñar una propuesta alternativa a la de Estados Unidos y a la presentada por Francia, que consistía en ampliar el plazo para el desarme voluntario de Irak, pero estableciendo una fecha límite: 31 de marzo. Pero desde el inicio de la crisis también supo temperar la previsible cólera de Washington ante su discreción, preparándose para colaborar con las operaciones militares en Asia Central sobre todo en el periodo posterior a la guerra, es decir, en funciones de mantenimiento de la paz. Siguiendo estas líneas paralelas, el gobierno canadiense respetaba su tradición internacional, así como su compromiso con la búsqueda de una solución pacífica.
Muchos habrá aquí, como en otros países, que se indignen contra el cambio de la política exterior mexicana; sin embargo, es necesario reconocer que la hegemonía estadunidense impone restricciones que ningún gobernante responsable puede descartar alegremente. Las mismas que pesan sobre las decisiones de los demás gobiernos, en nuestro caso agravadas por la geografía y por la economía.
A pesar de que la crisis actual es como un triángulo en uno de cuyos vértices está Saddam Hussein y sus pocos aliados confesos; en el segundo, Estados Unidos, Gran Bretaña y España, y en el tercero, Francia, Alemania, Rusia, todos sabemos que lo que está en juego es el afianzamiento de una hegemonía que a todos nos choca y nos ofende, pero que está firmemente asentada en la dependencia económica o estratégica que vincula a la mayor parte de los miembros de esa comunidad con Estados Unidos, a menos que posean armamento nuclear propio y sean por completo indiferentes a las condiciones de vida de su población, como es el caso de Corea del Norte.
El régimen de Hussein es insalvable y no hay duda de que el mundo sería un lugar mejor si no existiera, pero es probable que muchos reconozcan cierta legitimidad a su reto a Estados Unidos, simplemente porque la arrogancia del gobierno de Bush provoca un rechazo casi físico en el resto del mundo. La crisis de Irak nos ha puesto a todos frente a las penosas limitaciones de una realidad internacional que no admite más veleidades ni papaloteos: nadie es igual a Estados Unidos.
Los dilemas que enfrenta el gobierno mexicano en la crisis iraquí no son fáciles de resolver. Por una parte, no puede desoír las incitaciones del gobierno de Bush a apoyarlo sin poner en riesgo no sabemos muy bien qué, aunque intuimos que mucho, porque son muchos los botones que Washington puede apretar para hacernos gritar. (La amenaza es más efectiva cuando es difusa, imprecisa como en este caso porque está presente, es multidireccional, pero se desconoce el objetivo elegido, así que domina la incertidumbre; es decir, si nos quieren castigar los estadunidenses pueden desde provocarnos una devaluación hasta alimentar su histórica paranoia respecto a la amenaza que representa una multitud miserable y criminal en su frontera sur. Nada mejor para engarrotarnos.)
Por otra parte, el gobierno tiene que lidiar con una opinión pública que mayoritariamente se ha pronunciado en contra de la guerra; peor todavía, en un año electoral tiene que encontrar la manera de no comprometer su futuro político y justificar el cambio de posición en forma razonable y convincente, sobre todo porque el propio gobierno trató de hacer de la paz un asunto electoral.
Es previsible que el cambio de la posición mexicana encuentre mayor comprensión en el exterior que internamente. La realpolitik es en este momento el juego que todos juegan. De suerte que todos comprenderán el mensaje que, según las notas internacionales, habría enviado la Secretaría de Relaciones Exteriores a las embajadas instruyéndolas para que presentaran la nueva posición del gobierno con el argumento de que el cambio obedece, en primer lugar, al hecho de que está en nuestro "interés nacional" una buena relación con Estados Unidos y, evidentemente, ésta estaría en peligro en caso de que insistiéramos en mantener la línea del Vaticano en este conflicto. Así nos lo ha advertido el gobierno de Washington al explicar que el tema le es de importancia crucial. El gobierno no tiene muchas salidas, tendrá que enfrentarse a sus propias palabras y a una opinión pacifista a la que en forma precipitada las mismas autoridades movilizaron.