La tribu piegans, al rescate de su lengua materna
En una reserva de pies negros, Darrel Kipp fundó
una escuela modelo
REED LINDSAY ESPECIAL PARA LA JORNADA
Browning, Montana. Hace 40 años, Darrell
Kipp abandonó la reserva indígena Blackfeet en busca del
sueño americano. Inteligente y motivado, con grandes aspiraciones,
estaba seguro de una cosa: quedarse en la reserva era un callejón
sin salida.
Hacía mucho que no había bisontes y expediciones
de caza, que no había mocasines y tipis calentados al fuego
de leña durante las heladas noches de invierno en las llanuras azotadas
por el viento. Browning, el pueblo principal de la reserva indígena,
era otra de tantas comunidades deprimidas donde el alcohol aliviaba las
privaciones de la pobreza.
Kipp sobresaldría en el mundo estadunidense. Hizo
el servicio militar en Corea del Sur, obtuvo dos títulos de maestría
-uno de ellos de la Universidad de Harvard- y trabajó en Boston
de redactor técnico. Pero entre la universidad con murallas de hiedra
y la ciudad de rascacielos le faltaba algo.
Regresó a casa a principios de los 80 y encontró
la reserva tal como la había dejado: pobre y lánguida. Pero
notó un cambio que lo asustó: las únicas personas
que todavía hablaban el idioma blackfoot eran los ancianos.
La muerte se les acercaba y sólo sería cuestión de
tiempo que el idioma desapareciera para siempre.
Kipp resolvió hacer algo. Con la ayuda de otros
pies negros universitarios -quienes también dejaron la reserva y
regresaron posteriormente- creó el Instituto Piegan, organización
dedicada a conservar los idiomas indígenas.
Así,
en 1994 decidieron fundar el Centro Nizipuhwahsin (Nuestro Idioma Originario),
escuela desde jardín de niños hasta octavo grado, que imparte
docencia casi por entero en idioma blackfoot.
Actualmente 30 estudiantes asisten a las clases. Empiezan
todos los días con una asamblea y oración tradicionales,
se sumergen en el idioma y las costumbres de sus antepasados y se saludan
con sus nombres en blackfoot, comúnmente puestos por un abuelo:
Pájaro Cascabelero, Oso Aguila, Mujer Estrella. Todo se enseña
en esa lengua, desde los colores hasta la geometría, la botánica
y el arte. Los estudiantes están salvando al idioma de la extinción,
y se sienten orgullosos de ello.
''El idioma forma parte de mí'', dijo Chelle LaFromboise,
de 11 años, quien prefiere llamarse Ispitaki o Mujer Alta. ''Es
mi cultura y quiero aprenderla y enseñarla a mis hijos y nietos,
para que lo hagan a su vez con otros niños'', comenta.
Los esfuerzos de Kipp porproteger el idioma no son los
únicos en la reserva. La escuela está a la vanguardia de
un renacer cultural y económico más amplio entre los blackfeet,
que ha comenzado a socavar sentimientos de inferioridad muy arraigados
e infundir un mayor orgullo por su ascendencia indígena.
En las escuelas públicas de la reserva, donde 60
por ciento de los estudiantes abandona la secundaria antes de graduarse,
los administradores y maestros decidieron centrar mayor atención
en las tradiciones blackfeet. Dorothy Ave Humeante, colaboradora
desde un inicio con el Centro Nizipuhwahsin y encargada de los estudios
indígenas para escuelas públicas de la reserva, lanzó
un nuevo programa que incorpora la cultura, la historia, el arte y el idioma
de los pies negros y otros indígenas norteamericanos.
En el ámbito económico, el gobierno de la
comunidad asumió un papel más activo al comprar una empresa
de agua embotellada y absorber una compañía de televisión
por cable. Las compras se hicieron realidad gracias, en parte, a un préstamo
del Banco Nacional Blackfeet. Fundado en 1987, fue la primera entidad bancaria
nacional ubicada en una reserva y con una comunidad indígena como
propietaria. Actualmente llamado Banco Nacional Nativoamericano, ha jugado
un papel estratégico en disparar el crecimiento de negocios y casas
propiedad de pies negros, acontecimiento significativo en una de las zonas
más marginadas en Estados Unidos.
Una mujer, Elouise Cobell, cofundadora del banco al abandonar
un trabajo en Seattle y regresar a la reserva pies negros en los 70, encabeza
un juicio por la demanda colectiva más grande en la historia del
país. Quinientos mil indígenas acusan al gobierno estadunidense
de defraudarles miles de millones de dólares por mal manejo de fondos
derivados de tierras en fideicomiso.
''Los pueblos indígenas se están poniendo
de pie y dicen: 'soy indígena, estoy contento de serlo y no me voy
a tragar una asimilación más''', dijo Kipp, hombre grandote
de larga cola de caballo, ancha sonrisa y humor chispeante.
En mayor o menor grado, actitudes parecidas están
brotando en reservas de todo Estados Unidos, según Joann Chase,
ex director del Congreso Nacional Nativoamericano.
Chase apunta un impulso de la cultura y valores indígenas
dentro de los programas de las escuelas públicas, el crecimiento
de las universidades tribales y un florecimiento de una amplia gama de
iniciativas de base como ejemplos de cómo los indígenas de
este país están reafirmando su identidad y rescatando sus
costumbres. En su propia reserva Fort Berthold, Dakota del Norte, las tribus
mandan-hidatsa-arikara adquirieron una manada de búfalos y ahora
los jóvenes aprenden a cuidarlos gracias a un programa extracurricular.
''La época de occidentalizar y asimilar a los indígenas
se hizo sentir'', dijo Chase. ''Actualmente los indígenas están
regresando y clamando: 'esperen un segundo, no vamos a dejar que nuestros
idiomas y culturas mueran'."
El meollo de estos esfuerzos para vigorizar la vida indígena
norteamericana es el movimiento de protección y recuperación
de los idiomas originales.Estos programas arrancaron durante los últimos
años en todo el país. Kipp ha recibido alrededor de 60 representantes
de otras reservas en busca de ayuda para abrir escuelas al mismo estilo.
Justo a tiempo, porque de las 300 a 600 lenguas que existían
en Norteamérica antes de la llegada de los europeos, quedan vivas
211.
De éstas, únicamente 32 se hablan por personas
de todas las edades, según Inee Slaughter, directora del Instituto
de Idiomas Indígenas de Santa Fe, Nuevo México. En la mayoría
de los casos, los ancianos son los únicos que conversan en el idioma
original.
Los esfuerzos por conservar los idiomas originales en
Estados Unidos empezaron hace dos décadas, dijo Slaughter. Sin embargo,
adquirieron auge en los pasados 10 años, alentados en parte por
la Ley de Idiomas Nativoamericanos, aprobada en 1990 por el Congreso.
La legislación exige al gobierno que respete y
fomente el derecho de los indígenas a usar y desarrollar sus idiomas.
Dos años después, otra ley destinó una partida anual
para programas de recuperación lingüística, y sigue
vigente. Tales medidas mostraron un cambio drástico en la postura
tradicionalmente hostil del gobierno estadunidense hacia los idiomas y
culturas indígenas.
J.D.C. Atkins, comisionado de Asuntos Indígenas,
marcó la pauta de la política nacional en un informe entregado
al secretario del Interior en 1887: "La instrucción de los indígenas
en el idioma vernáculo no sólo no les sirve, sino que es
perjudicial para la causa de su educación y su civilización...
ninguna escuela será autorizada en la reserva si no enseña
exclusivamente en inglés".
La llamada política de asimilación pretendió
erradicar las costumbres y lenguas de los indígenas para facilitar
su integración a la sociedad capitalista y cristiana de Estados
Unidos. Hasta los años 50, el gobierno federal obligó a los
niños a estudiar en internados federales, y en algunos casos literalmente
fueron arrancados de sus padres.
En la reserva blackfeet, los chicos fueron enviados
a una escuela dirigida por misioneros católicos, que los forzaban
a vestirse con ropa occidental y los castigaban por hablar su lengua materna.
Los métodos fueron brutalmente eficaces. Actualmente en la reserva
blackfeet sólo 200 personas, en su mayoría ancianos,
hablan el idioma. Kipp debió reclutar a uno de sus maestros del
otro lado de la frontera con Canadá, donde las tres tribus hermanas
fueron afectadas en menor grado por políticas de asimilación
apenas más tolerantes.
"Aún estamos al borde de un precipicio," dijo Kipp,
quien financia la escuela con donaciones privadas y no acepta fondos públicos.
El rechazo a la intromisión gubernamental es un gesto de independencia,
una actitud que Kipp y los maestros intentan transmitir a sus estudiantes.
"La autoestima de los niños es diferente en comparación
con las escuelas públicas", dijo Arthur Westwolf, hablante nativo
de blackfeet y maestro del Centro Nizipuhwahsin, que trabajó
cinco años de asistente docente en la secundaria pública
de Browning. "Estos niños no tienen pelos en la lengua. Se te acercan
y te miran con la frente en alto."
Para Kipp, la confianza en sí mismo es un componente
fundamental del aprendizaje infantil. Además considera que es una
cualidad que les servirá mientras crezcan dentro de las sombrías
condiciones económicas de la reserva, la cual cosechó pocos
beneficios del boom tecnológico de los años 90.
La tasa promedio de desempleo en la comunidad es mayor
de 50 por ciento, frente a una estadística nacional de sólo
5.8 por ciento. La tasa sube hasta 70 por ciento en invierno, cuando se
acaba la prevención de incendios forestales y escasean los trabajos
en la construcción y el turismo en el Parque Nacional de Glaciares,
colindante con la reserva.
De enero a marzo, cuando la temperatura puede rondar los
40 grados bajo cero, más de un cuarto de los blackfeet viven
gracias a vales canjeables por alimentos y otros subsidios del gobierno.
Y mientras los residentes de Browning afirman que las
calles están más limpias y transitadas que nunca, edificios
clausurados, patios llenos de basura y coches calcinados oscurecen el paisaje
urbano. Casas prefabricadas han emergido entre remolques y ruinosas viviendas
subvencionadas, pero casi 34 por ciento de los más de 10 mil habitantes
de la reserva se encuentran bajo la línea de pobreza, dato que la
ubicaría dentro de los 45 condados más pobres de Estados
Unidos.
El abuso del alcohol, por mucho tiempo el síntoma
más notorio de la pobreza y la disolución social en las reservas
indígenas, se redujo ostensiblemente en los últimos años,
según Patty LePlant, trabajadora social en la comunidad desde los
años 70. Pero las drogas ocuparon su lugar, especialmente metanfetaminas,
fáciles de conseguir.
Cuando LePlant entrevistó a familias blackfeet
sobre una reforma federal de bienestar en la década de los 90,
sorprendentemente las mejoras económicas no fueron mencionadas como
prioridad.
"Esperábamos que las personas demandaran empleo
y mejores salarios -comentó LePlant-. Pero dijeron: 'necesitamos
dejar el alcohol y las drogas, fortalecer la familia, mejorar el sistema
educativo'. El mensaje subyacente fue 'si estamos sanos, la economía
crecerá'."
Con tal espíritu, Kipp creó el Centro Nizipuhwahsin.
En conjunto con los maestros, urge a los estudiantes a mantenerse erguidos
y evitar adoptar las "posturas de víctima" comunes en las escuelas
públicas de la reserva.
Mientras pasea por una aula, saludando a los alumnos,
Kipp los presenta uno tras otro como "guapo" e "inteligente".
"Se trata de una estrategia para formar niños muy
sanos que conozcan muy bien su idioma, que tengan confianza en sí
mismos -dijo Kipp-. Estos chicos llevarán la identidad de los blackfeet
en el futuro, serán los líderes del mañana.
"Serán académicos y profesionales excepcionales.
Y pensamos que volverán a casa, como nosotros. Somos diferentes
a los estadunidenses. Pertenecemos a algún lugar. Pertenecemos acá."
Su nombre original
Piegan es una corrupción de pikuni, o vestiduras
manchadas a lo lejos, que es el nombre tradicional de la tribu. En
los años 30 fue llamada blackfeet por el gobierno estadunidense,
pero algunos integrantes de la tribu todavía la refieren como piegans
del sur. La comunidad forma parte de una confederación con tres
tribus canadienses que comparten el mismo idioma: los piegans del norte,
los kainai, o sangre, y los siksika o blackfeet.