AMENAZA Y DESOLACION EN COREA DEL NORTE
La
crisis desatada por la reactivación del programa nuclear de Corea
del Norte ha escalado un nuevo peldaño tras la determinación
del gobierno de ese país de expulsar a los inspectores de la ONU
que supervisaban las instalaciones atómicas norcoreanas, medida
a la que Washington ha respondido de manera amenazante y que constituye
un nuevo y peligroso foco de tensión internacional.
Ciertamente, la pretensión del régimen de
Kim Jong Il de construir un arsenal atómico resulta reprobable,
pues viola las normas internacionales en materia de no proliferación
nuclear y suscita tensiones y desequilibrios a escala global. Empero, esta
arriesgada reacción de Pyongyang tiene antecedentes de los que Washington
no está exento. El primero de ellos es la suspensión de los
envíos de petróleo y alimentos a Corea del Norte, nación
que depende de los suministros extranjeros para paliar su desastrosa situación
económica y social.
Por otro lado, no debe olvidarse que la Casa Blanca incluyó
a ese país en su arbitrario y ominoso "eje del mal", una provocación
desmesurada que humilló y azuzó a Pyongyang. Así,
más aislada que nunca, Corea del Norte parece haber elegido la opción
casi suicida de retar a Estados Unidos y sus aliados justo en el momento
en que se apresuran los preparativos para una invasión contra Irak.
No obstante, en el entendido de que la proliferación
nuclear es un peligro para el mundo, debe enfatizarse el doble rasero de
la política exterior de Washington, pues mientras despliega su maquinaria
militar y emite amenazas contra Irak y Corea del Norte -países contra
los que todavía no hay pruebas de que posean o puedan fabricar arsenales
atómicos- no realiza los mismos esfuerzos mediáticos, diplomáticos
y militares para frenar a Israel, India o Pakistán, naciones que
sí cuentan con tales armas y que en numerosas ocasiones han expresado
su disposición a utilizarlas para dirimir sus conflictos externos.
Tal situación evidencia la inaceptable pretensión de Estados
Unidos de condicionar la vigencia del derecho internacional, y específicamente
los tratados de no proliferación nuclear, a sus intereses económicos,
sus alianzas regionales, su histeria "antiterrorista" y sus ambiciones
geopolíticas.
Pero más allá de tales tensiones entre Washington
y Pyongyang, lo verdaderamente grave es la terrible situación de
miseria y opresión en la que están sumidos los 23 millones
de norcoreanos, abandonados por igual por su gobierno y la comunidad internacional.
Basta señalar que en ese país cerca de la mitad de los infantes
menores de cinco años padecen malnutrición crónica,
que cuatro millones de niños sufren de estragos físicos y
mentales por causa del hambre y que al menos tres millones de personas
dependen de donativos de alimentos extranjeros para sobrevivir. La asistencia
energética y alimentaria a Corea del Norte no puede quedar condicionada
por la polémica entre Washington y Pyongyang, por ríspido
que sea el debate sobre la discutible capacidad norcoreana (que, por cierto,
Rusia niega) de producir armas nucleares, pues se corre el riesgo de suscitar
una tragedia en términos humanitarios.
En tales circunstancias, es evidente que sobre el pueblo
de Corea del Norte pesa, mucho más que sobre nación o gobierno
alguno, una amenaza de muerte y desesperanza que debe ser despejada solidariamente
por la comunidad internacional. Por ello es urgente privilegiar las soluciones
negociadas y pacíficas para alejar los riesgos de una nueva y cruel
guerra que sólo acarreará a los norcoreanos más miseria,
devastación y desasosiego.