Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 31 de octubre de 2002
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Cultura

Olga Harmony

La estética del crimen

El género policiaco cuenta con muchos más adeptos de lo que se confiesa. Ya Raymond Chandler en El simple arte de matar se burlaba de quienes declaraban que leían novelas policiacas cuando estaban en cama con gripe, mostrando con las estadísticas de la época que eran las más vendidas y declarando con sorna que sin duda había muy grandes epidemias gripales. Para los hispanohablantes, es mucho más sencillo. Cuando algún pobre snob se burle de usted, lector, tan afecto al género, enarque con superioridad una ceja y pregunte si ha oído hablar de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares y su espléndida colección de El séptimo círculo. La derrota del otro es inmediata. Por fortuna, cada vez son más los intelectuales -quizás el primero fue Alfonso Reyes- que entre nosotros no ocultan su gusto por esas lecturas, así concentren su verdadera pasión por otras de más altos vuelos.

La novela policiaca tradicional dio paso a la llamada novela negra, menos aséptica y más crítica de la brutalidad propiciada por las circunstancias, con grandes dosis de análisis social. Pero todas, aun las que sólo proponen un enigma, muestran muchos de los usos y costumbres de su lugar y tiempo, como la sociedad eduardiana de Agatha Christie que enseñaba la oreja hasta en Egipto o Mesopotamia. Al lector, y después al espectador de video y cine, le gusta resolver una intriga y ponerse en el lugar del detective.

Es muy posible que el éxito de 22 años seguidos en un teatro de Boston de Shear Mandes, de Paul Portner, se deba a ello. Entre nosotros, y en adaptación bastante libre al medio mexicano -de Alberto Lomnitz y Ricardo Ezquerra- se presenta con el nombre de La estética del crimen, en un juego de palabras con lo que la gente conoce como estética y que antaño eran simplemente peluquerías o salones de belleza, lugar en donde ocurre la acción. Se trata de una obrita bastante zonza desde el punto de vista de la intriga y los personajes, del tipo de quién mató a..., pero no es esto lo que cuenta. Lo que la convierte en un divertimento muy especial es la manera en que involucra al público.

Dar muchos detalles sería tanto como vender la trama, lo que nunca debe hacerse y menos en una escenificación de éxito de taquilla. Baste decir que en el lugar de la acción se van sembrando pistas que servirán para que el público haga la parte que le corresponde como testigo y que puede haber tres finales, según se proponga. En la adaptación menudean las referencias a nuestra actualidad y son dos pobres poli-cías de a pie, sobre todo el oficial José López, quienes se encargan de desenredar, o casi, el enredo. Prefiero referirme al público y al desempeño de los actores.

Si bien el espectador promedio es más bien pasivo, o por lo menos así lo consideramos, en este caso los asistentes se desinhiben de manera total, dan muchos datos de observación (y qué buenos testigos harían en un caso real), se inmiscuyen, ofrecen teorías, más que testigos se convierten en detectives, con lo que cumplimentan el sueño de cualquier aficionado al género. Se da el fenómeno de que se establece una instantánea relación entre los miembros del público, desconocidos entre sí y por un momento miembros de un colectivo que desea llegar a la verdad. Se trata de un mero entretenimiento pero que de pronto logra -entre personas de clase media alta- la fraternidad de los viejos tiempos de las carpas populares en que los espectadores eran todo menos pasivos.

Por otra parte, el desempeño de los actores requiere de fuertes dosis de improvisación. Así estén siguiendo un libreto, alguna intervención del público puede ser del todo inesperada y la reacción del elenco debe darse de inmediato y sin titubeos. Alberto Lomnitz, el director, tiene experiencia en las ligas de improvisación y sin duda la empleó para este montaje, en el que Mariana Giménez muestra su versatilidad en un papel totalmente opuesto a los que hacía en el Tríptico de Copi y Silverio Palacios sostiene como el oficial López la tarea de manejar las intervenciones del público, apoyado por Carlos Cobos, Gabriela Murray, Enrique Arreola y Juan Carlos Medellín, todos muy graciosos.

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