LA BARBARIE DEL AFAN "ANTITERRORISTA"
El
trágico y homicida desenlace que dio el gobierno de Vladimir Putin
al secuestro, a manos de milicianos chechenos, de cerca de 800 personas
en un teatro de Moscú, junto a la histeria antiterrorista desplegada
por Washington, es un inquietante indicador de la inadmisible pretensión
de las grandes potencias por someter al mundo a un régimen policiaco
en el que ninguna vida o derecho fundamental, incluidos los de las víctimas
inocentes, puede sobreponerse a oscuros "intereses de Estado". La barbarie
desatada contra secuestradores y rehenes en Moscú mediante el uso
de un gas asesino -pues éste no es otra cosa, se haya utilizado
un compuesto anestésico "legal" en dosis exageradas o un agente
químico prohibido- ha sido calificada por numerosos gobiernos del
mundo, para vergüenza general, como una medida apropiada, y hasta
los propios rusos, enajenados por medios de comunicación serviles
al Kremlin, parece que han optado por avalar a Putin y entregarle su conciencia
en aras de una seguridad ficticia, pues ha quedado claro que en caso de
peligro sus propias autoridades no los considerarán sino en el atroz
e inhumano apartado de los "daños colaterales".
El crimen de Estado perpetrado en Moscú se inserta,
en este sentido, en la creciente ofensiva de los gobiernos de las grandes
potencias y sus regímenes satélite -con Washington a la cabeza-
por imponer a sus ciudadanos y al mundo una visión distorsionada
que utiliza a terroristas marginales, indudablemente condenables, como
chivo expiatorio de los verdaderos problemas que aquejan al orbe -la creciente
miseria, el drama de la migración, el hambre, la opresión,
el avance de enfermedades curables, el desempleo, el deterioro acelerado
del medio ambiente, la corrupción gubernamental y corporativa, el
afán totalitario de los grupos dominantes- y desvía la mirada
del terrorismo estatal que, desde la cúspide del poder, se ejerce
con impunidad y violencia extremas contra pueblos enteros, sean éstos
los chechenos, los palestinos, los afganos o los iraquíes.
En aras de garantizar una cuestionable seguridad, la libertad
ha resultado pisoteada y el respeto a los derechos humanos puesto a un
lado cuando así conviene a los intereses de las elites. Minados
estos valores fundamentales de la civilización, la vigencia de la
democracia se encuentra en un grave riesgo y sus principales agresores
no son ya los grupos terroristas, cualquiera que sea su signo, sino los
propios gobiernos encargados de preservarla y que, por añadidura,
enarbolan un discurso perverso que, apoyado en grupos mediáticos
más preocupados en mantener sus cotas de poder que en difundir la
verdad, señala crímenes ajenos para ocultar o validar los
propios y así forzar a sus conciudadanos a refrendarlos en las urnas.
En el caso de Rusia, es claro que el gobierno de Putin
ha elegido el camino de la represión para resolver el conflicto
de Chechenia. Pruebas de lo anterior son la acción homicida en el
teatro de Moscú, la detención en Dinamarca -exigida por el
Kremlin- del representante de los independentistas de Chechenia que participaba
en Copenhague en una conferencia de paz para esa atormentada región
del Cáucaso y las torturas y violaciones de los derechos humanos
que las fuerzas rusas cometen, con frecuencia e impunidad espeluznantes,
según denuncias de Amnistía Internacional, contra la población
chechena.
¿Qué puede esperar el mundo de potencias
que no dudan en recurrir al crimen para aniquilar a quienes disienten de
sus designios, sean éstos grupos terroristas, gobiernos contestatarios
o civiles inocentes, y que intoxican la conciencia de sus ciudadanos para
asegurar su respaldo a toda costa? Para no retornar a la oscura época
de los totalitarismos, las sociedades del orbe deben hoy rechazar la barbarie
de cualquier naturaleza y el envenenamiento de la política "antiterrorista"
y exigir la vigencia irrestricta de la libertad, los derechos humanos,
la democracia, la libre determinación de los pueblos y la opción
del diálogo como forma de solucionar las diferencias. De no ser
así, el terror -particular, grupal o de Estado- podría ganar
la batalla.