Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 31 de octubre de 2002
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Editorial
 
LA BARBARIE DEL AFAN "ANTITERRORISTA"

sol-2El trágico y homicida desenlace que dio el gobierno de Vladimir Putin al secuestro, a manos de milicianos chechenos, de cerca de 800 personas en un teatro de Moscú, junto a la histeria antiterrorista desplegada por Washington, es un inquietante indicador de la inadmisible pretensión de las grandes potencias por someter al mundo a un régimen policiaco en el que ninguna vida o derecho fundamental, incluidos los de las víctimas inocentes, puede sobreponerse a oscuros "intereses de Estado". La barbarie desatada contra secuestradores y rehenes en Moscú mediante el uso de un gas asesino -pues éste no es otra cosa, se haya utilizado un compuesto anestésico "legal" en dosis exageradas o un agente químico prohibido- ha sido calificada por numerosos gobiernos del mundo, para vergüenza general, como una medida apropiada, y hasta los propios rusos, enajenados por medios de comunicación serviles al Kremlin, parece que han optado por avalar a Putin y entregarle su conciencia en aras de una seguridad ficticia, pues ha quedado claro que en caso de peligro sus propias autoridades no los considerarán sino en el atroz e inhumano apartado de los "daños colaterales".

El crimen de Estado perpetrado en Moscú se inserta, en este sentido, en la creciente ofensiva de los gobiernos de las grandes potencias y sus regímenes satélite -con Washington a la cabeza- por imponer a sus ciudadanos y al mundo una visión distorsionada que utiliza a terroristas marginales, indudablemente condenables, como chivo expiatorio de los verdaderos problemas que aquejan al orbe -la creciente miseria, el drama de la migración, el hambre, la opresión, el avance de enfermedades curables, el desempleo, el deterioro acelerado del medio ambiente, la corrupción gubernamental y corporativa, el afán totalitario de los grupos dominantes- y desvía la mirada del terrorismo estatal que, desde la cúspide del poder, se ejerce con impunidad y violencia extremas contra pueblos enteros, sean éstos los chechenos, los palestinos, los afganos o los iraquíes.

En aras de garantizar una cuestionable seguridad, la libertad ha resultado pisoteada y el respeto a los derechos humanos puesto a un lado cuando así conviene a los intereses de las elites. Minados estos valores fundamentales de la civilización, la vigencia de la democracia se encuentra en un grave riesgo y sus principales agresores no son ya los grupos terroristas, cualquiera que sea su signo, sino los propios gobiernos encargados de preservarla y que, por añadidura, enarbolan un discurso perverso que, apoyado en grupos mediáticos más preocupados en mantener sus cotas de poder que en difundir la verdad, señala crímenes ajenos para ocultar o validar los propios y así forzar a sus conciudadanos a refrendarlos en las urnas.

En el caso de Rusia, es claro que el gobierno de Putin ha elegido el camino de la represión para resolver el conflicto de Chechenia. Pruebas de lo anterior son la acción homicida en el teatro de Moscú, la detención en Dinamarca -exigida por el Kremlin- del representante de los independentistas de Chechenia que participaba en Copenhague en una conferencia de paz para esa atormentada región del Cáucaso y las torturas y violaciones de los derechos humanos que las fuerzas rusas cometen, con frecuencia e impunidad espeluznantes, según denuncias de Amnistía Internacional, contra la población chechena.

¿Qué puede esperar el mundo de potencias que no dudan en recurrir al crimen para aniquilar a quienes disienten de sus designios, sean éstos grupos terroristas, gobiernos contestatarios o civiles inocentes, y que intoxican la conciencia de sus ciudadanos para asegurar su respaldo a toda costa? Para no retornar a la oscura época de los totalitarismos, las sociedades del orbe deben hoy rechazar la barbarie de cualquier naturaleza y el envenenamiento de la política "antiterrorista" y exigir la vigencia irrestricta de la libertad, los derechos humanos, la democracia, la libre determinación de los pueblos y la opción del diálogo como forma de solucionar las diferencias. De no ser así, el terror -particular, grupal o de Estado- podría ganar la batalla.
 

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