Angel Guerra Cabrera
El reto de Lula
La arrolladora elección de Luiz Inacio Lula da Silva a la presidencia de Brasil se explica principalmente por la quiebra de la globalización neoliberal y forma parte de una ascendente ola latinoamericana de rechazo a ese modelo. Esta ola ha proyectado al primer plano político a actores largo tiempo preteridos, como los indígenas, y se manifiesta en formas de resistencia diversas, con frecuencia por vía extrainstitucional, pero también electoral, tendencia acentuada en el curso de este año. Con Lula en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela ya son dos sus exponentes en llegar a la jefatura del Estado, pero no sería sorprendente que en las próximas semanas lo hiciera también Lucio Gutiérrez, en Ecuador, antecedido de la irrupción del MAS en Bolivia, que re-cientemente obtuvo un nutrido grupo de le-gisladores y casi llevó a la presidencia a Evo Morales. A la vez, se perfila la victoria electoral del Frente Amplio en Uruguay. Por su historia, organización y formas de lucha, son movimientos políticos disímiles que tienen en común la oposición al llamado Consenso de Washington, agrupar a casi todas las expresiones auténticas -viejas y nuevas- de las izquierdas, compartir el ideal de solidaridad latinoamericana y reunir a los más diversos contingentes populares: sindicatos, trabajadores temporeros, in-dígenas, campesinos, negros, mestizos, gays, feministas, ministros de culto y creyentes, clases medias empobrecidas, el cada vez más numeroso ejército de desempleados y militares, en algunos casos.
Lo que ya han logrado demuestra notables y esperanzadores avances de las fuerzas patrióticas y antineoliberales latinoamericanas, sin paralelo en otras áreas geográficas, que ni los más optimistas habrían imaginado posibles a 11 años del derrumbe del llamado socialismo real. Pero por el momento, como se observa nítidamente en Venezuela, no han conseguido ni están en posibilidades de alcanzar a corto plazo todo el poder político y militar ni mucho menos el económico y mediático, sino po-siciones más o menos importantes de esos poderes. Su autonomía y perspectivas de éxito están condicionadas a tres cuestiones: la capacidad de defender aquellas posiciones y conquistar otras nuevas a escala local y nacional, de estimular la organización de las masas con ese propósito y el grado en que logren romper con la subordinación económica a Estados Unidos. En Brasil se da la circunstancia, excepcional en este cuadro, de la audaz coalición electoral del Partido de los Trabajadores (PT) con un sector de la burguesía afectado por el constreñimiento del mercado nacional. Esto abre la interrogante a futuro sobre eventuales tensiones internas en el nuevo gobierno al decidir alternativas a la gigantesca deuda social acumulada -que exigen, entre otras medidas, una reforma agraria radical- y de enfrentamiento a las previsibles presiones del capital financiero y de Washington, que hostigaron todo lo posible la carrera de Lula hacia la presidencia de Brasil.
El triunfo electoral de Lula y del PT, la formación de izquierda más influyente y sólida del continente, en el país más extenso, poblado y económicamente más importante de América Latina, implica por sí sólo un cambio en la correlación de fuerzas, que podría dar inicio a un giro regional histórico. Surgido de la lucha contra la dictadura militar, el PT posee arraigo social y una experiencia de gobierno que ha fomentado la participación ciudadana y entregado buenas cuentas en varios estados y ciudades importantes. Pero la tarea que tiene por delante ahora es infinitamente más compleja y encontrará obstáculos inmensos que el gigante sudamericano estaría en posibilidad de vencer si se coloca a la cabeza de la integración económica regional en estrecha cooperación con Venezuela, Cu-ba, otros estados del Tercer Mundo, y go-biernos latinoamericanos decididos a de-fender los intereses de sus pueblos que eventualmente surjan. Junto a la solidaridad de los movimientos rebeldes del continente y de las fuerzas que en el mundo resisten la globalización neoliberal, la concertación con estados que en otras latitudes intentan políticas independientes y el aprovechamiento de las pugnas entre Estados Unidos, Europa y Japón, el Brasil de Lula podría entonces promover una moratoria, o al menos una ventajosa renegociación de la deuda externa, sin la que no es posible comenzar la ruptura con la dependencia ni liberar fondos para una estrategia de verdadera justicia social.