Emilio Zebadúa
A 10 años de Salvador Nava
Existe siempre el riesgo de que la historia se rescriba a partir del más reciente de los acontecimientos. Que el pasado desaparezca de la memoria frente a lo que acaba apenas de ocurrir, y que la causa inmediata desplace a la causa final. Por ello, a 10 años de la muerte del doctor Salvador Nava es imperativo revisar los orígenes y la naturaleza de la transición que ha vivido el país si se desea comprender, en realidad, la naturaleza de la democracia actual y poner en un verdadero contexto histórico la elección presidencial del 2 de julio de 2000.
El movimiento cívico que durante más de tres decenios encarnó Salvador Nava en San Luis Potosí, al punto de darle su nombre, es determinante en la explicación histórica de cómo se originó el cambio democrático en todo el país. En San Luis Potosí las diversas corrientes internas que alimentaron el navismo le dieron el impulso para ganar elecciones municipales en un entorno autoritario y caciquil, e incluso para declarar ilegítimas las decisiones tradicionales por medio de las cuales solía encumbrarse a los gobernadores en los estados de la República. Lo convirtieron en una fuerza moral que trascendió las fronteras locales y se volvió referente para las luchas urbanas en el norte del país y los conflictos sociales en el sur.
El navismo se nutrió de más de una de las fuerzas, complementarias y antagónicas a la vez, que explican las vertientes de la transición democrática del último cuarto del siglo XX. Lo que en un principio se manifestó en la política como la "sociedad civil", posteriormente (como ha sucedido a escala nacional desde entonces) se dividió en grupos con intereses sociales y políticos distintos. De hecho, la sociedad civil no es ni ha sido jamás un fenómeno homogéneo. Tampoco sus partes han sido todas del mismo signo político, lo que explica la composición política del gobierno federal y de sus opositores provenientes de la "misma" sociedad civil.
La etapa más reciente de movilización de don Salvador Nava (en 1991) logró atraer a organizaciones, grupos e intelectuales que, en su conjunto, llegaron en algún momento a representar la "totalidad" del espectro de la sociedad civil en el país. Pocos líderes políticos o morales -como Salvador Nava- han logrado tal proeza, pero desde ese entonces no todos sus herederos han caminado por la misma senda.
Incluso en su apogeo las contradicciones internas del navismo le impidieron cristalizar su poder en una organización unificada permanente, ideo-lógicamente coherente. A la postre, se dispersó en varios partidos y asociaciones políticas con poco o nada común entre sí, excepto la lucha por el legado moral que dejó Salvador Nava. Esta herencia es hoy día uno de los elementos distintivos y fundamentales del cambio democrático en México, y tiene el potencial de alimentar su vertiente más progresista.
Nava fue la encarnación, en muchos sentidos, del concepto de ciudadano en una república y de los principios cívicos expresados por Cicerón, quien escribió que "no hay aspecto de la vida política o privada, cívica o doméstica, que pueda carecer de una obligación (...) El comportamiento honorable depende enteramente del cumplimiento de las obligaciones". El carácter cívico del navismo vino a caracterizar la transición democrática en su conjunto, por lo que las contiendas y éxitos políticos más recientes no pueden entenderse sin la herencia de don Salvador.
Los fundamentos éticos y políticos del navismo atrajeron (y atraen) a varias generaciones: desde aquellos que crecieron cuando el poder político en México era todavía hegemónico -en las décadas de los 50 y 60- hasta aquellos que, mucho más jóvenes, han vivido en espacios más o menos plurales durante los 80 y 90. El desafío ético y político que enfrenta la sociedad hoy día es actualizar, con la memoria de Salvador Nava, en este su décimo aniversario luctuoso, el compromiso cívico y democrático que él impulsó y que todavía representa.