Cada clásico nacional entre América y Guadalajara se desarrolla en un ambiente febril de ruido extremo. El desafío de anoche en el estadio Azteca era llevarlo a cabo a pesar de la lluvia y sus constantes relámpagos. Como no fue posible hacerlo en los primeros minutos, las Águilas, con mucha más decisión, mezclaron su espíritu competitivo con jugadas de genio de sus delanteros y consiguieron la gran recompensa: un 4-0 que gritaron miles de personas en la octava fecha de la Liga Mx.
Divididos por el amor a sus colores, los aficionados de ambos equipos son mucho más que consumidores de productos ocasionales. Llevan una marca indeleble de la historia de sus clubes, a menudo golpeados, pero todavía orgullosos y de pie. Para ellos, ganar o perder un clásico pone en juego la hegemonía deportiva sobre el otro, engrandece el espacio ante el resto de sus rivales, porque no hay otro partido que genere tantas expectativas como éste.
No fue casual que las autoridades implementaran un operativo con más de 2 mil 500 elementos de seguridad dentro y fuera del inmueble. Dada la gran escala del duelo, alejarse del riesgo resultaba imposible. Hay evidencias de que esta rivalidad no era sólo el paisaje de camisetas azulcremas y rojiblancas en las calles, sino algo que trascendía el sonido de infinitas conversaciones. Acaso el orgullo de ganar ante el odiado rival.
En uno de los momentos de mayor tensión en el juego, mientras la mitad del Azteca estallaba de alegría y la otra se hundía en la más profunda desesperación, Brian Rodríguez abrió el marcador sin ni siquiera despeinarse en su festejo. Tras recibir un pase de Julián Quiñones, el uruguayo fue dejando en el camino a los defensores Jesús Sánchez, Fernando Beltrán, Antonio Briseño y Fernando González, quienes cayeron como fichas de dominó, para luego firmar el 1-0 con un desvío de Jesús Chiquete Orozco (21).
Como Chivas era la cara contraria de su coraje, el equipo de André Jardine empezó a hilvanar más situaciones de peligro. El resultado de esa postura fue que el chileno Diego Valdés, en un par de ocasiones parecidas, observó adelantado al portero Miguel Jiménez y remató con efecto hacia su poste más lejano haciendo un doblete (37 y 67).
La desventaja obligaba una épica del Rebaño, alguna muestra de amor propio después de contados remates a portería. Paradójicamente, en su mejor momento, Alejandro Zendejas entró de cambio y transformó un contragolpe que valió el 4-0 (80), suficiente para humillar a su rival.