“Hubo mucho pánico en el mundo por la situación. En México, todos se preocuparon por el impacto negativo en la economía mexicana (la cual cayó más de 10 por ciento) y por el desplome de los precios del petróleo. Pero México tenía la cobertura petrolera, que ningún país usaba, y que fue lo que salvó los ingresos del país. Era información (la de Lehman) que no se daba a conocer, posteriormente se conocieron los detalles”, relató Marco Oviedo, estratega y economista para América Latina de XP Investments, que en esos años estaba en las filas de la Secretaría de Hacienda.
Pasaron los días y la narrativa empezó a fluir. El sector de la vivienda en Estados Unidos vivía un boom que comenzó a mediados de los años 1990. Los requisitos para obtener una hipoteca era muy bajos y se crearon productos financieros que permitían conceder créditos a personas que no tenían los ingresos suficientes para devolver los préstamos inicialmente y se les cargaba un tipo de interés muy bajo. Esa demanda contribuyó a elevar el precio de los inmuebles.
Buscando liquidez para animar la compra de viviendas, las hipotecarias vendieron esos préstamos a los bancos de inversión. Estas firmas mezclaron la deuda solvente e insolvente en paquetes que se ofrecieron a los inversionistas con la máxima nota crediticia, cuando no debían tenerla. Para protegerse de futuras pérdidas, se crearon seguros para esas inversiones.
Nadie esperaba que la fiesta terminara. Hasta que los primeros compradores empezaron a faltar en masa a sus obligaciones. Esa burbuja le explotó a Lehman Brothers hace 15 años.