Santiago. La figura inmarcesible de Salvador Allende los convocó a todos. Llegaron al Palacio de La Moneda para honrar su legado e ideales. Y les removió la memoria: las víctimas de las dictaduras militares. A paso lento, con el peso de los casi 90 años, preso algunos de ellos, llegó el uruguayo José Mujica; también la inquebrantable Estela Barnes de Carlotto, con bastón en mano y su eterna búsqueda de los desaparecidos en todas partes y, claro, la hija del derrocado mandatario, Isabel Allende Bussi.
En suma, la historia de la represión latinoamericana presente en esta fecha que partió a la sociedad chilena de entonces.
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Para cuando la senadora Allende tomó el micrófono ya había escampado en el Palacio de La Moneda después de un amanecer de lluvia pertinaz. A ratos con la voz quebrada, realizó una angustiosa descripción de los últimos momentos que convivió con su padre, ahí en la sede gubernamental. En medio de las noticias de la insurrección militar en marcha, Allende le imploró, le exigió huir del sitio donde horas después moriría.
Luego, la senadora pasó a la firme proclama de la vigencia del pensamiento del ex presidente y a la enérgica condena a la insolente derecha chilena actual que, con alarde de cinismo, culpa a Allende del quiebre democrático del país andino, en 1973.
“Este cruento golpe militar ha intentado ser justificado ahora por sectores que cerraron los ojos a las violaciones de los derechos humanos de entonces. El revisionismo de la historia que quiere borrar la responsabilidad de los años más oscuros de nuestra historia. Es insólito tergiversar los hechos, culpar a la Unidad Popular y a Salvador Allende del bombardeo (…) no se detienen los procesos sociales ni con la represión ni con el crimen.
“¡La historia es nuestra!” Se dirigió aquí a quienes guardaron silencio cómplice del horror, de la desaparición, de los asesinatos, de las torturas, para advertirles que no hay ideología que legitime el despojo de la dignidad humana, el horror. “Podrá haber muchas interpretaciones de la Unidad Popular, pero ¡nunca más un golpe de Estado!”
En primera fila, el presidente Gabriel Boric escuchaba el respaldo de la familia Allende en medio del asedio de la derecha que lo culpa de la polarización política en Chile y que saboteó la conmemoración del fallecimiento del mandatario. La senadora elogió el esfuerzo de Boric para que la trágica efeméride sirviera para un compromiso público de todas las fuerzas a favor de la democracia.
Solidarios ante la coyuntura, Ricardo Lagos y la siempre aclamada, en cada mención que se le hizo, Michelle Bachelet, se adhirieron al Compromiso de Santiago para apuntalar la propuesta de Boric.
Con ellos también arribaron jefes de Estado para rendir un tributo a un emblema de la democracia latinoamericana: Andrés Manuel López Obrador, entre los más ovacionados en reconocimiento a la apertura mexicana a los exiliados chilenos; el boliviano Luis Arce, quien por esta conmemoración tuvo un inesperado gesto con Chile (divididos por la disputa en cuanto al acceso al mar que reclama Bolivia) y se sentó a la derecha del mandatario anfitrión.
También llegó el colombiano Gustavo Petro, igualmente bajo la embestida de la derecha en su tierra, y el uruguayo Luis Lacalle cerraron la lista de los jefes de Estado latinoamericanos presentes. Todos ellos se sumaron al Compromiso de Santiago y avalaron la apuesta de Boric.
Otros países optaron por mandar representantes, entre ellos Estados Unidos, cuyo enviado, Christopher J. Dodd, debió escuchar los abucheos cuando se aludió al papel que su país jugó para perpetrar el golpe de Estado.
En los alrededores de La Moneda, detrás de las vallas que restringían el acceso a la ceremonia oficial, decenas, centenares, atestiguaron la conmemoración y aclamaron la icónica figura de la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto, con su sempiterna lucha por encontrar a los desaparecidos argentinos.
“Hay palabras que son eternas, memoria, verdad y justicia. No hay que caer, hay que luchar, en paz, pero todos tenemos que contribuir para que esto no vuelva a pasar, que eso no se olvide para que no vuelva a pasar, nunca más vuelva a pasar”. Fue la única oradora extranjera y recibió una ovación.
Desde temprano, aún con la lluvia con que amaneció Santiago este 11 de septiembre, comenzaron las movilizaciones. Una veintena de manifestantes llegaron hasta la puerta de Morande 80, en el costado izquierdo de la sede gubernamental.
Con fotografías de sus desaparecidos, una trágica constante en la historia reciente latinoamericana, clamaban, por enésima vez, justicia.
Eligieron un espacio que toca las fibras sensibles de la sociedad chilena, pues fue la puerta que se abrió aquel día para retirar el cuerpo de Allende, que fue llevado al cementerio de Santa Inés, en Viña del Mar. Casi como concesión, a Hortensia Bussi se le permitió, virtualmente en soledad, un breve funeral acompañado sólo de un familiar y un edecán naval.
La estatua de Allende que se encuentra en la Plaza de la Constitución, en la parte trasera del Palacio de La Moneda, se convirtió ayer en un sitio de veneración para el ex presidente. Políticos e integrantes de las organizaciones civiles de derechos humanos colmaron ese sitio de flores.
Invitado a la ceremonia, Juan Pablo Letelier, hijo del ex canciller y ex ministro del interior del gobierno de la Unidad Popular, asesinado en Washington años después, resumió lo que significa el golpe de Estado: “en estos balcones pasaron cosas trágicas, el bombardeo, el ataque… El 11 de septiembre es un día de desgarro y de dolor para Chile”.
El documento de cuatro puntos denominado Compromiso por la democracia siempre fue suscrito por 10 jefes de Estado o de gobierno y sigue abierto a la firma de otros.
El escrito, de nombre tentativo Compromiso de Santiago, fue refrendado por Chile, Brasil, Ecuador, España, Irlanda, República Dominicana, Alemania, Colombia, México y Portugal.
Además de Boric, Lagos y Bachelet, lo respaldaron los ex mandatarios chilenos Eduardo Frei y Sebastián Piñera.