La transferencia del poder político va más allá de un bastón de mando. Quien lo recibe deberá ir construyendo su estrategia, alianzas y descartes, entre presiones e intereses que a veces disfrazados de solidaridad y unidad entrañan la búsqueda de posiciones y ventajas. La política es realismo, no sólo escenografía y retórica.
En estas horas recientes, con el presidente de la República de gira por Sudamérica (una de las pocas salidas al extranjero, que le ha dejado espacio al nuevo rol dominante de la corcholata triunfadora), el ambiente morenista ha producido vaivenes y movimientos extraños que parecieran evidenciar revolturas internas o cuando menos desajustes, ha de suponerse que circunstanciales, en el procesamiento de decisiones políticas bajo una instancia decisoria distinta a la acostumbrada desde 2000 y particularmente consolidada desde 2018.
Durante buen tiempo se ha hablado de que en el ánimo de Sheinbaum habría dos cartas deseables para su sucesión sexenal en el gobierno de la Ciudad de México (Martí Batres fue descartado al dejarlo como interino; Rosa Icela Rodríguez prefirió seguir en la secretaría federal de seguridad); Clara Brugada, la alcaldesa de Iztapalapa que también goza del impulso específico del presidente López Obrador, y Omar García Harfuch, el secretario capitalino de seguridad pública al que Claudia empujaría, aunque probablemente no tanto el habitante de Palacio Nacional.
Justo en el último día en que legalmente podría renunciar a su cargo, pues la normatividad de aspiraciones electorales de jefes policiacos es distinta a la de la generalidad, García Harfuch notificó a Martí Batres su salida del puesto, lo cual potenció la versión de que estaría listo para cualquier otro reto de la Ciudad de México (léase la entrevista hecha por Miguel Ángel Velázquez en La Jornada: https://goo.su/oNcSnl).
La intensa versión de que tal renuncia implicaba su encarte en la lucha por el mando capitalino se mantuvo durante cinco horas, hasta que el propio García Harfuch explicó en video que su salida tuvo como propósito sumarse a las actividades de la virtual candidata Sheinbaum. En ese lapso hubo también intensas críticas a la presunta pretensión de habilitar electoralmente al jefe policiaco (que fue comisionado de la Policía Federal en Guerrero antes, durante y después de la desaparición de 43 normalistas).
Fueron cinco horas de una suerte de sondeo público en el que, además, poderosas voluntades a favor o en contra, salientes o entrantes, pudieron expresar apoyo, tolerancia o rechazo a las eventualidades electorales del citado policía de carrera.
Asimismo, corrió con insistencia en redes sociales y espacios mediáticos la especie de que Adán Augusto López Hernández sería el nuevo presidente de Morena y coordinador de campaña, con especial atención en los procesos de postulación de candidatos en 2024. La suposición se fortaleció mediante un video que mostró a Sheinbaum con un numeroso equipo de apoyo a Adán Augusto que ahora ofrecía apoyo a Claudia entre coros de “unidad”.
Mostrar fuerza propia, grupal, para enmarcar un hipotético nombramiento estratégico al jefe de ese bando no parecería demasiado demostrativo de fuerza de la jefa recién llegada, sujeta así a factores con tufo a condicionamiento o transexenalidad.
A la hora de cerrar esta columna no estaba clara la decisión a tomar respecto al presunto cambió de timón partidista, aunque fue extraño que el propio Adán Augusto no estuviera en la sesión pública del citado Consejo (donde se procesaría el relevo), como sí estuvieron Gerardo Fernández Noroña, Ricardo Monreal y Manuel Velasco.
Y, mientras hoy Marcelo Ebrard define, junto a representantes de su estructura nacional, el camino a seguir una vez que ha rechazado todos los pasos consolidativos del triunfo oficial de Claudia Sheinbaum: ¿con Movimiento Ciudadano, dividiendo el voto opositor?, ¿en alianza con Xóchitl, definitiva o sujeta a encuesta posterior?, ¡hasta mañana!
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