Santiago. La vocación de Salvador Allende por la justicia social y el servicio público quedaron probablemente signadas antes de su nacimiento, el 26 de junio de 1908, porque en sus raíces seculares hay evidencia de que aquello era un sello familiar.
Sus tatarabuelos se enrolaron en la lucha por la independencia de Chile: uno de sus bisabuelos fue un médico gestor de los primeros hospitales, su abuelo Ramón Allende Padín, además de serenísimo gran maestre de la masonería e impulsor del Estado laico, fue también un médico que propició la expansión de la salud pública, y su padre, el abogado Salvador Allende Castro, también incursionó en asuntos de la política, durante la guerra civil de 1891 que enfrentó al Ejecutivo y al Legislativo.
De modo que cuando el futuro político ingresó a la Universidad de Chile en 1926 para convertirse en médico cirujano, le acuerpaba la tradición de su estirpe de involucrarse en los asuntos públicos.
También resultó fundamental un vecino, el carpintero anarquista italiano Juan Demarchi, que lo introdujo en la literatura socialista.
Allende fue un buen estudiante y participar en política no era excusa para fallar en aquello. Lo dejó claro el 2 de diciembre de 1972 en la Universidad de Guadalajara, durante su visita oficial a México.
“Lenin dijo que un profesional, un técnico, valía por 10 comunistas; yo digo que por 50 u 80 socialistas. Yo soy socialista y les duele mucho a mis compañeros que yo diga eso; pero lo digo, ¿por qué? Porque he vivido una politización en la universidad, llevada a extremos tales que el estudiante olvida su responsabilidad fundamenta, pero una sociedad donde la técnica y la ciencia adquieren los niveles manifiestos en la sociedad contemporánea, ¿cómo no requerir precisamente capacidad y capacitación a los revolucionarios?
“Por lo tanto, el dirigente político universitario tendrá más autoridad moral, si acaso es también un buen estudiante universitario.
“Yo no le he aceptado jamás a un compañero joven que justifique su fracaso porque tiene que hacer trabajos políticos: tiene que darse el tiempo necesario para hacer los trabajos políticos, pero primero están los menesteres obligatorios que debe cumplir como estudiante de la universidad. Ser agitador universitario y mal estudiante es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante es más difícil”, afirmó.
En 1932, durante el funeral de su padre y luego de que Chile viviera la experiencia de ser declarado “república socialista” por un grupo de oficiales de la fuerza aérea que tomó el poder durante 12 días, Allende prometió que dedicaría su vida a la justicia social.
Un año después, aquellos militares fundaron el Partido Socialista, y el joven Allende se dedicó a constituirlo en Valparaíso, y fue elegido diputado en 1937. En 1938, el presidente radical Pedro Aguirre Cerda lo nombró ministro de Salud, a la edad de 30 años, cargo desde el cual impulsó la salud pública.
Aguirre Cerda fue sucedido por Gabriel González Videla, anticomunista gestor de la “ley maldita” que proscribió a aquella organización política y que relegó a campos de concentración a sus militantes. Allende, ya senador, denunció los hechos y visitó a los prisioneros comunistas.
En 1952 lanzó la primera de sus cuatro candidaturas presidenciales, las siguientes fueron en 1958, cuando estuvo muy cerca de triunfar, en 1964 y 1970, donde con 36.2 por ciento de los votos obtiene la primera mayoría, 1.3 puntos más que el derechista Jorge Alessandri. La Constitución obligaba a que, al no alcanzar la mayoría absoluta, su presidencia fuera ratificada por el Congreso, tal cual ocurrió, después que la Democracia Cristiana forzara firmar garantías de la Carta Magna.
Antes, en febrero de 1968 y cuando era presidente del Senado, Allende fue entusiasta en lograr que los cinco sobrevivientes cubanos de la guerrilla boliviana de Ernesto Che Guevara ingresaran a Chile tras su huida por las estepas y que regresaran a su patria. Los cubanos, una vez en Santiago, viajaron a la Isla de Pascua, posesión chilena en el Pacífico, a la cual llegó Allende para acompañarlos a Tahití, desde donde continuaron un periplo a La Habana.
Allende jamás ocultó su cariño y empatía con la revolución cubana.
“Yo tengo una experiencia que vale mucho. Soy amigo de Cuba; soy amigo, hace 10 años, de Fidel Castro; fui amigo del comandante Ernesto Che Guevara. Me regaló el segundo ejemplar de su libro Guerra de guerrillas; el primero se lo dio a Fidel. Yo estaba en Cuba cuando salió y en la dedicatoria que me puso dice: A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Si el comandante Guevara firmaba una dedicatoria de esta manera fue porque era un hombre de espíritu amplio que comprendía que cada pueblo tiene su propia realidad, que no hay receta para hacer revoluciones”, dijo Allende aquella vez en Guadalajara.
No fue esa la única vez que se solidarizó con la izquierda armada latinoamericana. En agosto de 1972, una decena de guerrilleros argentinos, entre ellos los principales dirigentes del ERP, Montoneros y las FAR, secuestraron un avión que los trajo a Chile, donde solicitaron refugio, tras escapar de un penal en la ciudad de Trelew.
El régimen del general Alejandro Lanusse reclamó que los fugados fueran devueltos, pero el presidente chileno se negó y les facilitó viajar a Cuba desde Santiago. La dictadura argentina, en represalia, fusiló a 16 jóvenes que no lograron subir al avión junto a sus camaradas.
Cuando en 1970 logró la presidencia, Allende tenía muy claro cuál era su mandato y así lo expresó aquella vez en México.
“La injusticia no puede seguir marcando, cerrando las posibilidades del futuro a los pueblos pequeños de este y de otros continentes. Para nosotros, las fronteras deben estar abolidas y la solidaridad debe expresarse con respeto a la autodeterminación y la no intervención, entendiendo que puede haber concepciones filosóficas y formas de gobierno distintas, pero que hay un mandato que nace de nuestra propia realidad que nos obliga –en el caso de América– a unirnos; pero mirar más allá, inclusive de América Latina y comprender que nacer en África en donde hay todavía millones y millones de seres humanos que llevan una vida inferior a la que tienen los más postergados seres de nuestro continente.
“Hay que entender que la lucha es solidaria en escala mundial, que, frente a la insolencia imperialista, sólo cabe la respuesta agresiva de los países explotados”, expresó.
Es conocido que Salvador Allende fue consecuente con la promesa que expresara muchas veces, incluso en horas tempranas del 11 de septiembre de 1973, cuando enfrentaba a los golpistas.
“En esta hora aciaga, quiero recordarles algunas de mis palabras dichas en 1971. Se las digo con calma, con absoluta tranquilidad. No tengo pasta de apóstol ni de mesías, no tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retroceder la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile. Sin tener carne de mártir no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena porque es el mandato que el pueblo me ha entregado, no tengo alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir mi voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo”, declaró cerca de las 8:45 horas en la tercera de sus cinco alocuciones radiales de esa mañana.
Cinco horas después, tras el bombardeo aéreo y terrestre que incendió La Moneda, Allende había muerto por mano propia, según ha aceptado su familia. Y en ese instante se volvió inmortal.