“No te desanimes, mátate”. Anhell69 (2022), opera prima del joven cineasta colombiano Theo Montoya, es una cinta cautivadora e inquietante, a medio camino entre el documental y la ficción, que refiere una peculiar historia de fantasmas. El cronista es aquí el propio director de la cinta, quien dentro de un ataúd en la carroza fúnebre que conduce el veterano Víctor Gaviria ( Rodrigo D: No futuro, 1990), recorre las inhóspitas calles de ese mismo Medellín filmado un cuarto de siglo antes y que de frente una vez más a la inseguridad y a la violencia parece no haber cambiado nada. Esta suerte de informe de ultratumba evoca la condición y suerte de muchos jóvenes marginados, socialmente ninguneados, que no avizoran salida alguna a su total falta de oportunidades en el mundo laboral. Sin embargo, su perfil se ha modificado: ya no es sólo un ser desvalido, de aspecto miserable, concitador de lástima o desdén, sino, en este caso, un miembro más de los diversos colectivos LGBT+ ( queers, transexuales, travestis) que a la opresión social denunciada años atrás por Gaviria, añaden hoy en Colombia los estigmas y el rechazo de quienes se ostentan como personas defensoras a ultranza de la familia tradicional y el orden establecido.
El muerto viviente que ahora recorre las calles ya vacías, recuerda su intento frustrado de rodar una película con jóvenes que, de espaldas al oprobio, ya constituían una comunidad altiva, una colonia virtual de sobrevivientes. A través de varias entrevistas, a manera de un casting, uno a uno representan a quienes por su indumentaria punk, sus señas de identidad vacilante o su actitud irreductible ante toda norma o clasificación social, se han visto condenados a errar como espectros por una ciudad en principio hostil irónicamente convertida, con el paso del tiempo, en una necrópolis acogedora. Es fascinante escuchar las vivencias y testimonios de esos ángeles urbanos que parecen salir de un poema de Xavier Villaurrutia. Que también semejan encarnaciones queer de los gamines tenebrosos y pendencieros en algún relato de Fernando Vallejo. En la película de Theo Montoya, la ciudad de Medellín, vista de noche, a vuelo de pájaro, parece un enorme refugio de parias sociales, donde todas las orientaciones sexuales se confunden y amalgaman, un hervidero de afrentas y rencores no resueltos susceptible de estallar en cualquier momento. Ese clima de desasosiego y escepticismo radical lo captura bien el cineasta al difuminar con destreza las líneas divisorias entre lo real y lo fantástico, como lo hiciera el propio Víctor Gaviria en La vendedora de rosas (1998).
Hay en Ahell69 momentos cargados de humor que matizan la mirada pesimista, como ese infatigable trajín de los espectrófilos, buscadores de placeres con fantasmas, seres anhelantes de experiencias límite, entregados a goces efímeros –alcohol, sexo, drogas– con la necesidad de vivir intensamente a falta de cualquier certidumbre futura. Son merodeadores de antros, irredentos de la carne o seropositivos sin sosiego. Es sintomático que en esta crónica de la desesperanza, Theo Montoya haya evocado la figura oscura del capo narcotraficante colombiano Pablo Escobar, atizador profesional del caos, parteaguas en una historia de infamia criminal. El panorama social ha sido en Colombia, durante décadas, desolador, y la cinta resume, en cada testimonio a cuadro, los efectos devastadores de ese deterioro imparable. Tanta ha sido la violencia en Medellín, tanto el odio acumulado hacia las marginalidades disidentes, y tantos los muertos en esa ciudad por vocación violenta que, según el director, “ya no hay lugar en los cementerios y los fantasmas comienzan a convivir ya con los vivos”. Pocos retratos tan lúcidos como el que la cinta Anhell69 ofrece de un colectivo trans inevitablemente ligado a otras minorías desfavorecidas. Sin el gastado miserabilismo voyerista que el cineasta Luis Ospina satirizaba ya en su memorable cortometraje Agarrando pueblo (1978), la película de Montoya ofrece ahora un nuevo acercamiento a Medellín, ciudad vitalísima y dantesca, y a su variopinta galería de parias sociales quienes, en primerísima persona, toman aquí la palabra.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional, a las 17 horas, en el ciclo Talento Emergente.